Page 138 - El fin de la infancia
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Jennifer Anne Greggson, hasta hace poco conocida como Poppet, descansaba de
espaldas con los ojos fuertemente cerrados. No los había abierto durante mucho
tiempo y nunca volvería a abrirlos. La vista era para ella tan inútil como para las
criaturas que poblaban los oscuros fondos del océano. Tenía perfecta conciencia del
mundo que la rodeaba; en realidad, tenía conciencia de mucho más.
De su breve niñez, por quién sabe qué capricho de su desarrollo, le quedaba un
reflejo. El sonajero, que la había deleitado alguna vez, sonaba ahora incesantemente,
con un ritmo complejo y siempre distinto. Fue esa síncopa extraña lo que despertó a
Jean y le hizo correr hacia el cuarto. Pero no fue sólo aquel sonido lo que le hizo
llamar a gritos a George.
El común y brillante sonajero se agitaba continuamente en el aire, a medio metro
de todo apoyo, mientras Jennifer Anne, con sus manitas regordetas apretadas y juntas,
descansaba con una sonrisa de serena satisfacción en el rostro.
Había comenzado tarde, pero estaba progresando rápidamente. Y pronto
sobrepasaría a su hermano, ya que tenía mucho menos que olvidar.
—Obraron ustedes con prudencia —dijo Rashaverak— al no tocar su juguete. No
creo que hubiesen podido moverlo. Pero si lo hubiesen hecho, la niña se habría
sentido muy molesta. Y entonces no sé qué pasaría.
—¿Quiere decir —preguntó George aturdidamente— que ustedes no pueden
hacer nada?
—No lo engañaré. Podemos estudiar y observar, como ya lo estamos haciendo.
Pero no podemos intervenir, pues no entendemos qué pasa.
—¿Entonces qué vamos a hacer? ¿Por qué nos ha ocurrido a nosotros?
—Tenía que ocurrirle a alguien. No hay nada excepcional en ustedes, como no lo
hay tampoco en el primer neutrón que origina la reacción en cadena de una bomba
atómica. Ocurre simplemente que es el primero. Cualquier otro neutrón hubiese
servido. Fue Jeffrey, pero podía haber sido cualquier otro niño del mundo. Ya no hay
necesidad de guardar ningún secreto, y es mejor así. Hemos estado esperando que
pasara esto casi desde que llegamos a la Tierra. No había modo de saber cuándo y
cómo aparecería, hasta que —por pura casualidad— nos encontramos en la fiesta de
Rupert. Entonces supe, casi con certeza, que el hijo de su mujer sería el primero.
—Pero entonces... no estábamos casados. Ni siquiera...
—Sí, ya sé. Pero la mente de la señorita Morrel fue el canal por el que pasé,
aunque sólo por un momento, algo que ningún ser vivo sabía en ese entonces. Tenía
que venir de otra mente, ligada con la suya. El hecho de que fuese una mente que
todavía no había nacido no tenía importancia. El tiempo es mucho más extraño de lo
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