Page 64 - El fin de la infancia
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—Mi nombre es Rashaverak —dijo el superseñor amablemente—. Temo no ser
muy sociable, pero no es fácil dejar la biblioteca de Rupert.
Jean alcanzó a evitar una risita nerviosa. El inesperado huésped estaba leyendo,
advirtió, a razón de una página cada dos segundos. Jean tenía la seguridad de que el
superseñor asimilaba todas las palabras, y se preguntó si sería capaz de leer una
página con cada ojo. Y luego, naturalmente, se dijo a si misma, aprendería el sistema
Braille para usar también los dedos... La imagen mental resultante era demasiado
cómica como para recrearse en ella, así que trató de evitarla entrando en la
conversación. Al fin y al cabo no todos los días se tenía la ocasión de hablar con uno
de los amos de la Tierra.
Jean hizo las presentaciones y George dejó que la muchacha siguiera la charla
esperando que no cayese en alguna falta de tacto. Como Jean, nunca se había
encontrado con un superseñor. Aunque los superseñores solían verse con funcionarios
del gobierno, hombres de ciencia y otras gentes parecidas, nunca había oído que
asistiesen a fiestas privadas. Podía concluirse que esta fiesta no era realmente tan
privada. La posesión, por parte de Rupert, de aquel aparato contribuía a afirmar la
sospecha, y George comenzó a preguntarse, con letras mayúsculas: Qué Estaba
Pasando. Tenía que interrogar a Rupert, tan pronto como lo viese en algún rincón.
Como no cabía en las sillas, Rashaverak se había sentado en el piso, donde se
sentía, aparentemente, bastante cómodo, pues no había prestado atención a los
almohadones cercanos. Tenía, pues, la cabeza a unos dos metros del suelo, y George
tuvo una oportunidad verdaderamente única para estudiar biología extraterrestre.
Desgraciadamente, como sabía muy poco de biología terrestre, nada pudo añadir a
sus conocimientos. Sólo ese olor, peculiar, pero no desagradable, fue algo nuevo para
él. Se preguntó qué olor tendrían los seres humanos para los superseñores, y esperó lo
mejor.
No había nada realmente antropomórfico en Rashaverak. George alcanzó a
comprender cómo, vistos desde lejos por ignorantes y aterrorizados salvajes, los
superseñores podían haber parecido hombres alados, y dar pie, de esa manera, al
convencional retrato del demonio. Desde cerca, sin embargo, gran parte de esa ilusión
se desvanecía totalmente. Los cuernitos (¿qué función tendrían?) eran menos
específicos, pero el cuerpo no se parecía al del hombre ni al de ningún animal que
hubiese habitado la Tierra. Como procedentes de una rama evolutiva totalmente
extraña, los superseñores no eran ni mamíferos, ni insectos, ni reptiles. Ni siquiera se
podía afirmar que fuesen vertebrados. Esa armadura externa bien podía ser la única
estructura de sostén.
Las alas de Rashaverak estaban plegadas de modo que George no podía verlas
claramente, pero la cola, semejante a una delgada tubería estaba enrollada con todo
cuidado sobre el piso. La famosa barba en que terminaba el apéndice era menos una
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