Page 67 - El fin de la infancia
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tarea diaria.
Al fin logró atrapar a Rupert, que estaba experimentando con algunas botellas.
Era una lástima traerlo a la realidad, en momentos en que tenía una mirada casi
soñadora, pero George sabía ser rudo si era necesario.
—Óyeme, Rupert —le dijo, apoyándose en la mesa más cercana—. Creo que nos
debes algunas explicaciones.
—Hum —dijo Rupert pensativamente, mientras hacia rodar la lengua por el
interior de la boca—. Sobra un poquitito de gin, me parece.
—No te hagas el distraído, ni finjas que estás borracho, porque sé perfectamente
que no lo estás. ¿De dónde has sacado a ese superseñor amigo tuyo? ¿Y qué está
haciendo aquí?
—¿No te lo he dicho? —dijo Rupert—. Creí habérselo explicado a todos. No
podías estar muy lejos... Claro, estabas escondido en la biblioteca. —Rupert emitió
una risita que a George le pareció ofensiva—. La biblioteca, ¿sabes?, eso ha traído a
Rashy.
—¡Qué cosa más rara!
—¿Por qué?
George calló un momento comprendiendo que esto requeriría cierto tacto. Rupert
se sentía muy orgulloso de su original colección.
—Este... Bueno, cuando uno considera los conocimientos científicos que poseen
los superseñores, es difícil pensar que puedan sentirse atraídos por los fenómenos
psíquicos y todos esos disparates.
—Disparates o no —replicó Rupert— les interesa la psicología humana, y tengo
algunos libros que pueden enseñarles muchas cosas. Pero antes de mudarme, cierto
enviado, subalterno de los superseñores, o superseñor de los subalternos, fue a verme
y me preguntó si podía prestarle cincuenta de mis más caros volúmenes. Uno de los
conservadores del Museo Británico le había dicho que yo los tenía. Naturalmente, ya
puedes imaginarte lo que le dije.
—No, no me lo imagino.
—Bueno, le repliqué muy cortésmente que había tardado veinte años en reunir
mis libros. Yo permitiría con mucho gusto que los leyesen, pero tendrían que hacerlo
aquí. De modo que Rashy vino a mi casa y ha estado absorbiendo unos veinte
volúmenes por día. Me gustaría saber qué conclusiones saca.
George pensó un momento, y luego se encogió de hombros, disgustado.
—Francamente —dijo—, mi opinión sobre los superseñores ha descendido
mucho. Pensé que emplearían mejor el tiempo.
—Eres un materialista incorregible. No creo que Jean esté de acuerdo contigo.
Pero aún desde tu tan práctico punto de vista podrás encontrarle algún sentido. Me
imagino que estudiarías las supersticiones de cualquier raza primitiva con la que
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