Page 65 - El fin de la infancia
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punta de flecha que un largo y chato diamante. Servía, se creía comúnmente, para dar
estabilidad al vuelo, como la cola de los pájaros. De algunos hechos y suposiciones
aisladas semejantes, los hombres de ciencia habían concluido que los superseñores
venían de un mundo de escasa gravedad y muy densa atmósfera.
La voz de Rupert brotó de pronto de un altavoz oculto:
—¡Jean! ¡George! ¿Dónde se han escondido? Bajen y únanse a la fiesta. La gente
está empezando a murmurar.
—Quizá sea mejor que vaya yo también —dijo Rashaverak devolviendo el libro
al estante sin moverse de su sitio. George notó por vez primera que Rashaverak tenía
dos pulgares en oposición, con cinco dedos entre ellos. Qué espantosa aritmética,
pensó, basada en el número catorce.
Rashaverak, de pie, era un espectáculo imponente, Como los superseñores tenían
que inclinarse para no tocar los cielos rasos con la cabeza, era indudable que por más
que quisiesen acercarse a los hombres siempre encontrarían dificultades.
En la última media hora habían llegado algunos otros cargamentos de invitados y
la sala estaba casi repleta. La entrada de Rashaverak empeoró aún más las cosas, pues
todos los que se encontraban en las habitaciones vecinas vinieron corriendo a verlo.
Rupert se sentía muy complacido. Jean y George no estaban tan felices, ya que nadie
los atendía. En realidad muy pocos podían verlos, pues se encontraban detrás del
superseñor.
—Ven, acércate, Rashy, te presentaré a unos compinches —gritó Rupert—.
Siéntate en este diván, así dejarás de rascar el cielo raso.
Rashaverak, con la cola recogida sobre un hombro, se abrió paso a través de la
habitación como un rompehielos a través de unos témpanos. Cuando se sentó, junto a
Rupert, la habitación pareció agrandarse de pronto. George suspiró aliviado.
—Me da claustrofobia cuando lo veo de pie. Me pregunto cómo Rupert habrá
conseguido traerlo. Esta puede ser una fiesta interesante.
—Es raro que Rupert le hable de ese modo, y más aún en público. Pero a
Rashaverak no parece importarle.
—Apuesto a que le importa. Pero Rupert adora las exhibiciones y carece
totalmente de tacto. ¡Ah, y eso me recuerda algunas de tus preguntas!
—¿Como por ejemplo?
—¿Cuánto tiempo hace que está aquí? ¿Qué relaciones tiene usted con el
supervisor Karellen? ¿Le gusta la Tierra? ¡No es modo de hablar con los
superseñores!
—¿Y por qué no? Ya es hora de que alguien lo haga.
Antes que la discusión se hiciese más violenta los Shoenberger se acercaron a
hablarles, y en seguida ocurrió la fisión. Las mujeres se unieron en un grupo para
discutir a la señora Boyce; los hombres en otro para hacer exactamente lo mismo,
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