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AUTOR Libro
manos. Sacó una goma del bolsillo de la cadera y se hizo una coleta.
—Hola, papá —llamó al traspasar la puerta frontal—. Mira quién se ha pasado
por aquí.
Billy estaba en la pequeña sala de estar cuadrada, con un libro en sus manos. Lo
dejó en su regazo e impulsó su silla de ruedas hacia nosotros cuando me vio.
—¡Vaya, pero esto qué es! Cuánto me alegro de verte, Bella.
Nos dimos la mano y la mía se perdió en su apretón.
—¿Qué te trae por aquí? ¿Todo va bien con Charlie?
—Sí, fenomenal. Sólo quería saludar a Jacob, hacía mucho que no le veía.
Los ojos de Jacob relumbraron al oír mis palabras. Sonreía tanto que parecía que
terminaría rompiéndose las mejillas con el esfuerzo.
—¿Podrás quedarte a cenar? —Billy también se mostraba entusiasmado.
—No, he de hacer la cena para Charlie, ya sabes.
—Puedo llamarle —sugirió Billy—. Él siempre está invitado.
Sonreí para esconder mi incomodidad.
—No es que no nos vayamos a volver a ver. Te prometo que estaré pronto de
vuelta, tanto que terminarás harto de mí —después de todo, si Jacob conseguía
arreglarme la moto, alguien tendría que enseñarme a montarla.
Billy rió entre dientes en respuesta.
—Vale, quizás la próxima vez.
—Bueno, Bella, ¿qué quieres que hagamos? —me preguntó Jacob.
—Lo que quieras. ¿Qué hacías antes de que te interrumpiera? —me sorprendió
sentirme tan cómoda allí. Era un lugar cercano, aunque de una forma distante. No
había recuerdos dolorosos del pasado reciente.
Jacob dudó.
—Me dirigía justo ahora a trabajar en mi coche, pero podemos hacer cualquier
otra cosa...
—¡No, eso es perfecto! —le interrumpí—. Me encantaría ver tu coche.
—De acuerdo —contestó él, aunque no muy convencido—. Está allí fuera, atrás,
en el garaje.
Mucho mejor, dije para mis adentros. Saludé a Billy con la mano.
—Luego te veo.
Un grupo espeso de árboles y malezas ocultaba el garaje a la vista de la casa. El
recinto en sí estaba formado por un par de grandes cobertizos prefabricados que
habían sido adosados, tirando al suelo las paredes interiores. Bajo esta cubierta,
alzado sobre unos bloques de hormigón ligero, se encontraba lo que a mí me pareció
un automóvil completo. Al menos, reconocí el símbolo de la parrilla delantera.
—¿Qué clase de Volkswagen es éste? —pregunté.
—Es un viejo Golf de 1986, un clásico.
—¿Y cómo van los arreglos?
—Está casi terminado —dijo él alegremente, y luego su voz descendió a un tono
más bajo—. Mi padre mantuvo su promesa de la primavera pasada.
—Ah —contesté.
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