Page 100 - Crepusculo 1
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INTERROGATORIOS




                     A  la  mañana  siguiente  resultó  muy  difícil  discutir  con  esa  parte  de  mí  que  estaba
               convencida de que la noche pasada había sido un sueño. Ni la lógica ni  el  sentido común
               estaban de mi lado. Me aferraba a las partes que no podían ser de mi invención, como el olor
               de Edward. Estaba segura de que algo así jamás hubiera sido producto de mis propios sueños.
                     En el exterior, el día era brumoso y oscuro. Perfecto. Edward no tenía razón alguna para
               no asistir a clase hoy. Me vestí con ropa de mucho abrigo al recordar que no tenía la cazadora,
               otra prueba de que mis recuerdos eran reales.
                     Al bajar las escaleras, descubrí que Charlie ya se había ido. Era más tarde de lo que
               creía. Devoré en tres bocados una barra de muesli acompañada de leche, que bebí a morro del
               cartón, y salí a toda prisa por la puerta. Con un poco de suerte, no empezaría a llover hasta
               que hubiera encontrado a Jessica.
                     Había más niebla de lo acostumbrado, el aire parecía impregnado de humo. Su contacto
               era gélido cuando se enroscaba a la piel expuesta del cuello y el rostro. No veía el momento
               de llegar al calor de mi vehículo. La neblina era tan densa que hasta que no estuve a pocos
               metros de la carretera no me percaté de que en ella había un coche, un coche plateado. Mi
               corazón latió despacio, vaciló y luego reanudó su ritmo a toda velocidad.
                     No vi de dónde había llegado, pero de repente estaba ahí, con la puerta abierta para mí.
                     —  ¿Quieres  dar  una  vuelta  conmigo  hoy?  —preguntó,  divertido  por  mi  expresión,
               sorprendiéndome aún desprevenida.
                     Percibí incertidumbre en su voz. Me daba a elegir de verdad, era libre de rehusar y una
               parte de él lo esperaba. Era una esperanza vana.
                     —Sí, gracias —acepté e intenté hablar con voz tranquila.
                     Al entrar en el caluroso interior del coche me di cuenta de que su cazadora color canela
               colgaba del reposacabezas del asiento del pasajero. Cerró la puerta detrás de mí y, antes de lo
               que era posible imaginar, se sentó a mi lado y arrancó el motor.
                     —He traído la cazadora para ti. No quiero que vayas a enfermar ni nada por el estilo.
                     Hablaba  con  cautela.  Me  di  cuenta  de  que  él  mismo  no  llevaba  cazadora,  sólo  una
               camiseta gris de manga larga con cuello de pico. De nuevo, el tejido se adhería a su pecho
               musculoso. El que apartara la mirada de aquel cuerpo fue un colosal tributo a su rostro.
                     —No soy tan delicada —dije, pero me puse la cazadora sobre el vientre e introduje los
               brazos en las mangas, demasiado largas, con la curiosidad de comprobar si el aroma podía ser
               tan bueno como lo recordaba. Era mejor.
                     — ¿Ah, no? —me contradijo en voz tan baja que no estuve segura de si quería que lo
               oyera.
                     El vehículo avanzó a toda velocidad entre las calles cubiertas por los jirones de niebla.
               Me sentía cohibida. De hecho, lo estaba. La noche pasada todas las defensas estaban bajas...
               casi todas. No sabía si seguíamos siendo tan candidos hoy. Me mordí la lengua y esperé a que
               hablara él.
                     Se volvió y me sonrió burlón.
                     — ¿Qué? ¿No tienes veinte preguntas para hoy?
                     — ¿Te molestan mis preguntas? —pregunté, aliviada.




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