Page 101 - Crepusculo 1
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—No tanto como tus reacciones.
Parecía bromear, pero no estaba segura. Fruncí el ceño.
— ¿Reaccioné mal?
—No. Ese es el problema. Te lo tomaste todo demasiado bien, no es natural. Eso me
hace preguntarme qué piensas en realidad.
—Siempre te digo lo que pienso de verdad.
—Lo censuras —me acusó.
—No demasiado.
—Lo suficiente para volverme loco.
—No quieres oírlo —mascullé casi en un susurro.
En cuanto pronuncié esas palabras, me arrepentí de haberlo hecho. El dolor de mi voz
era muy débil. Sólo podía esperar que él no lo hubiera notado.
No me respondió, por lo que me pregunté si le había hecho enfadar. Su rostro era
inescrutable mientras entrábamos en el aparcamiento del instituto. Ya tarde, se me ocurrió
algo.
— ¿Dónde están tus hermanos? —pregunté, muy contenta de estar a solas con él, pero
recordando que habitualmente ese coche iba lleno.
—Han ido en el coche de Rosalie —se encogió de hombros mientras aparcaba junto a
un reluciente descapotable rojo con la capota levantada—. Ostentoso, ¿verdad?
—Eh... ¡Caramba! —musité—. Si ella tiene esto, ¿por qué viene contigo?
—Como te he dicho, es ostentoso. Intentamos no desentonar.
—No tenéis éxito. —Me reí y sacudí la cabeza mientras salíamos del coche. Ya no
llegábamos tarde; su alocada conducción me había traído a la escuela con tiempo de sobra—.
Entonces, ¿por qué ha conducido Rosalie hoy si es más ostentoso?
— ¿No lo has notado? Ahora, estoy rompiendo todas las reglas.
Se reunió conmigo delante del coche y permaneció muy cerca de mí mientras
caminábamos hacia el campus. Quería acortar esa pequeña distancia, extender la mano y
tocarle, pero temía que no fuera de su agrado.
— ¿Por qué todos vosotros tenéis coches como ésos si queréis pasar desapercibidos? —
me pregunté en voz alta.
—Un lujo —admitió con una sonrisa traviesa—. A todos nos gusta conducir deprisa.
—Me cuadra —musité.
Con los ojos a punto de salirse de sus órbitas, Jessica estaba esperando debajo del
saliente del tejado de la cafetería. Sobre su brazo, bendita sea, estaba mi cazadora.
—Eh, Jessica —dije cuando estuvimos a pocos pasos—. Gracias por acordarte.
Me la entregó sin decir nada.
—Buenos días, Jessica —la saludó amablemente Edward. No tenía la culpa de que su
voz fuera tan irresistible ni de lo que sus ojos eran capaces de obrar.
—Eh... Hola —posó sus ojos sobre mí, intentando reunir sus pensamientos dispersos—.
Supongo que te veré en Trigonometría.
Me dirigió una mirada elocuente y reprimí un suspiro. ¿Qué demonios iba a decirle?
—Sí, allí nos vemos.
Se alejó, deteniéndose dos veces para mirarnos por encima del hombro.
— ¿Qué le vas a contar? —murmuró Edward.
— ¡Eh! ¡Creía que no podías leerme la mente! —susurré.
—No puedo —dijo, sobresaltado. La comprensión relució en los ojos de Edward—,
pero puedo leer la suya. Te va a tender una emboscada en clase.
Gemí mientras me quitaba su cazadora y se la entregaba para reemplazarla por la mía.
La dobló sobre su brazo.
—Bueno, ¿qué le vas a decir?
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