Page 105 - Crepusculo 1
P. 105
Encabezó el camino hacia la cola, aún sin despegar los labios, a pesar de que sus ojos
me miraban cada pocos segundos con expresión especulativa. Me parecía que la irritación iba
venciendo a la diversión como emoción predominante en su rostro. Inquieta, jugueteé con la
cremallera de la cazadora.
Se dirigió al mostrador y llenó de comida una bandeja.
— ¿Qué haces? —objeté—. ¿No irás a llevarte todo eso para mí?
Negó con la cabeza y se adelantó para pagar la comida.
—La mitad es para mí, por supuesto.
Enarqué una ceja.
Me condujo al mismo lugar en el que nos habíamos sentado la vez anterior. En el
extremo opuesto de la larga mesa, un grupo de chicos del último curso nos miraron
anonadados cuando nos sentamos uno frente a otro. Edward parecía ajeno a este hecho.
—Toma lo que quieras —dijo, empujando la bandeja hacia mí.
—Siento curiosidad —comenté mientras elegía una manzana y la hacía girar entre las
manos—, ¿qué harías si alguien te desafiara a comer?
—Tú siempre sientes curiosidad.
Hizo una mueca y sacudió la cabeza. Me observó fijamente, atrapando mi mirada,
mientras alzaba un pedazo de pizza de la bandeja, se la metía en la boca de una sola vez, la
masticaba rápidamente y se la tragaba. Lo miré con los ojos abiertos como platos.
—Si alguien te desafía a tragar tierra, puedes, ¿verdad? —preguntó con
condescendencia.
Arrugué la nariz.
—Una vez lo hice... en una apuesta —admití—. No fue tan malo.
Se echó a reír.
—Supongo que no me sorprende.
Algo por encima de mi hombro pareció atraer su atención.
—Jessica está analizando todo lo que hago. Luego, lo montará y desmontará para ti.
Empujó hacia mí el resto de la pizza. La mención de Jessica devolvió a su semblante
una parte de su antigua irritación. Dejé la manzana y mordí la pizza, apartando la vista, ya que
sabía que Edward estaba a punto de comenzar.
— ¿De modo que la camarera era guapa? —preguntó de forma casual.
— ¿De verdad que no te diste cuenta?
—No. No prestaba atención. Tenía muchas cosas en la cabeza.
—Pobre chica.
Ahora podía permitirme ser generosa.
—Algo de lo que le has dicho a Jessica..., bueno..., me molesta.
Se negó a que le distrajera y habló con voz ronca mientras me miraba con ojos de
preocupación a través de sus largas pestañas.
—No me sorprende que oyeras algo que te disgustara. Ya sabes lo que se dice de los
cotillas —le recordé.
—Te previne de que estaría a la escucha.
—Y yo de que tú no querrías saber todo lo que pienso.
—Lo hiciste —concedió, todavía con voz ronca—, aunque no tienes razón exactamente.
Quiero saber todo lo que piensas... Todo. Sólo que desearía que no pensaras algunas cosas.
Fruncí el ceño.
—Esa es una distinción importante.
—Pero, en realidad, ése no es el tema por ahora.
—Entonces, ¿cuál es?
En ese momento, nos inclinábamos el uno hacia el otro sobre la mesa. Su barbilla
descansaba sobre las alargadas manos blancas; me incliné hacia delante apoyada en el hueco
— 105 —