Page 107 - Crepusculo 1
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Lo señalé con un gesto de la mano, a él y su asombrosa perfección. La frente de Edward
se crispó de rabia durante un momento para suavizarse luego, cuando su mirada adoptó un
brillo de comprensión.
—Nadie se ve a sí mismo con claridad, ya sabes. Voy a admitir que has dado en el clavo
con los defectos —se rió entre dientes de forma sombría—, pero no has oído lo que pensaban
todos los chicos de esta escuela el día de tu llegada.
—No me lo creo... —murmuré para mí y parpadeé, atónita.
—Confía en mí por esta vez, eres lo opuesto a lo normal.
Mi vergüenza fue mucho más intensa que el placer ante la mirada procedente de sus
ojos mientras pronunciaba esas palabras. Le recordé mi argumento original rápidamente:
—Pero yo no estoy diciendo adiós —puntualicé.
— ¿No lo ves? Eso demuestra que tengo razón. Soy quien más se preocupa, porque si
he de hacerlo, si dejarlo es lo correcto —enfatizó mientras sacudía la cabeza, como si luchara
contra esa idea—, sufriré para evitar que resultes herida, para mantenerte a salvo.
Le miré fijamente.
— ¿Acaso piensas que yo no haría lo mismo?
—Nunca vas a tener que efectuar la elección.
Su impredecible estado de ánimo volvió a cambiar bruscamente y una sonrisa traviesa e
irresistible le cambió las facciones.
—Por supuesto, mantenerte a salvo se empieza a parecer a un trabajo a tiempo completo
que requiere de mi constante presencia.
—Nadie me ha intentado matar hoy —le recordé, agradecida por abordar un tema más
liviano.
No quería que hablara más de despedidas. Si tenía que hacerlo, me suponía capaz de
ponerme en peligro a propósito para retenerlo cerca de mí. Desterré ese pensamiento antes de
que sus rápidos ojos lo leyeran en mi cara. Esa idea me metería en un buen lío.
—Aún —agregó.
—Aún —admití. Se lo hubiera discutido, pero ahora quería que estuviera a la espera de
desastres.
—Tengo otra pregunta para ti ——dijo con rostro todavía despreocupado.
—Dispara.
— ¿Tienes que ir a Seattle este sábado de verdad o es sólo una excusa para no tener que
dar una negativa a tus admiradores?
Hice una mueca ante ese recuerdo.
—Todavía no te he perdonado por el asunto de Tyler, ya sabes —le previne—. Es culpa
tuya que se haya engañado hasta creer que le voy a acompañar al baile de gala.
—Oh, hubiera encontrado la ocasión para pedírtelo sin mi ayuda. En realidad, sólo
quería ver tu cara —se rió entre dientes. Me hubiera enfadado si su risa no hubiera sido tan
fascinante. Sin dejar de hacerlo, me preguntó—: Si te lo hubiera pedido, ¿me hubieras
rechazado?
—Probablemente, no —admití—, pero lo hubiera cancelado después, alegando una
enfermedad o un tobillo torcido.
Se quedó extrañado.
— ¿Por qué?
Moví la cabeza con tristeza.
—Supongo que nunca me has visto en gimnasia, pero creía que tú lo entenderías.
— ¿Te refieres al hecho de que eres incapaz de caminar por una superficie plana y
estable sin encontrar algo con lo que tropezar?
—Obviamente.
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