Page 106 - Crepusculo 1
P. 106
de mi mano. Tuve que recordarme a mí misma que estábamos en un comedor abarrotado,
probablemente con muchos ojos curiosos fijos en nosotros. Resultaba demasiado fácil dejarse
envolver por nuestra propia burbuja privada, pequeña y tensa.
— ¿De verdad crees que te interesas por mí más que yo por ti? —murmuró,
inclinándose más cerca mientras hablaba traspasándome con sus relucientes ojos negros.
Intenté acordarme de respirar. Tuve que desviar la mirada para recuperarme.
—Lo has vuelto a hacer —murmuré.
Abrió los ojos sorprendido.
— ¿El qué?
—Aturdirme —confesé. Intenté concentrarme cuando volví a mirarlo.
—Ah —frunció el ceño.
—No es culpa tuya —suspiré—. No lo puedes evitar.
— ¿Vas a responderme a la pregunta?
—Si.
— ¿Sí me vas a responder o sí lo piensas de verdad?
Se irritó de nuevo.
—Sí, lo pienso de verdad.
Fijé los ojos en la mesa, recorriendo la superficie de falso veteado. El silencio se
prolongó.
Con obstinación, me negué a ser la primera en romperlo, luchando con todas mis
fuerzas contra la tentación de atisbar su expresión.
—Te equivocas —dijo al fin con suave voz aterciopelada. Alcé la mirada y vi que sus
ojos eran amables.
—Eso no lo puedes saber —discrepé en un cuchicheo. Negué con la cabeza en señal de
duda; aunque mi corazón se agitó al oír esas palabras, pero no las quise creer con tanta
facilidad.
— ¿Qué te hace pensarlo?
Sus ojos de topacio líquido eran penetrantes, se suponía que intentaban, sin éxito,
obtener directamente la verdad de mi mente.
Le devolví la mirada al tiempo que me esforzaba por pensar con claridad, a pesar de su
rostro, para hallar alguna forma de explicarme. Mientras buscaba las palabras, le vi
impacientarse. Empezó a fruncir el ceño, frustrado por mi silencio. Quité la mano de mi
cuello y alcé un dedo.
—Déjame pensar —insistí.
Su expresión se suavizó, ahora satisfecho de que estuviera pensando una respuesta. Dejé
caer la mano en la mesa y moví la mano izquierda para juntar ambas. Las contemplé mientras
entrelazaba y liberaba los dedos hasta que al final hablé:
—Bueno, dejando a un lado lo obvio, en algunas ocasiones... —vacilé—. No estoy
segura, yo no puedo leer mentes, pero algunas veces parece que intentas despedirte cuando
estás diciendo otra cosa.
No supe resumir mejor la sensación de angustia que a veces me provocaban sus
palabras.
—Muy perceptiva —susurró. Y mi angustia surgió de nuevo cuando confirmó mis
temores—, aunque por eso es por lo que te equivocas —comenzó a explicar, pero entonces
entrecerró los ojos—. ¿A qué te refieres con «lo obvio»?
—Bueno, mírame —dije, algo innecesario puesto que ya lo estaba haciendo—. Soy
absolutamente normal; bueno, salvo por todas las situaciones en que la muerte me ha pasado
rozando y por ser una inútil de puro torpe. Y mírate a ti.
— 106 —