Page 111 - Crepusculo 1
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COMPLICACIONES


                     Todo el mundo nos miró cuando nos dirigimos juntos a nuestra mesa del laboratorio.
               Me di cuenta de que  ya no orientaba la silla para sentarse todo lo lejos que le permitía la
               mesa. En lugar de eso, se sentaba bastante cerca de mí, nuestros brazos casi se tocaban.
                     El señor Banner — ¡qué hombre tan puntual!— entró a clase de espaldas llevando una
               gran mesa metálica de ruedas con un vídeo y un televisor tosco y anticuado. Una clase con
               película. El relajamiento de la atmósfera fue casi tangible.
                     El profesor introdujo la cinta en el terco vídeo y se dirigió hacia la pared para apagar las
               luces.
                     Entonces, cuando el aula quedó a oscuras, adquirí conciencia plena de que Edward se
               sentaba a menos de tres centímetros de mí. La inesperada electricidad que fluyó por mi cuerpo
               me dejó aturdida, sorprendida de que fuera posible estar más pendiente de él de lo que ya lo
               estaba. Estuve a punto de no poder controlar el loco impulso de extender la mano y tocarle,
               acariciar aquel rostro perfecto en medio de la oscuridad. Crucé los brazos sobre mi pecho con
               fuerza, con los puños crispados. Estaba perdiendo el juicio.
                     Comenzaron  los  créditos  de  inicio,  que  iluminaron  la  sala  de  forma  simbólica.  Por
               iniciativa propia, mis ojos se precipitaron sobre él. Sonreí tímidamente al comprender que su
               postura era idéntica a la mía, con los puños cerrados debajo de los brazos. Correspondió a mi
               sonrisa. De algún modo, sus ojos conseguían brillar incluso en la oscuridad. Desvié la mirada
               antes de que empezara a hiperventilar. Era absolutamente ridículo que me sintiera aturdida.
                     La hora se me hizo eterna. No pude concentrarme en la película, ni siquiera supe de qué
               tema trataba. Intenté relajarme en vano, ya que la corriente eléctrica que parecía emanar de
               algún lugar de su cuerpo no cesaba nunca. De forma esporádica, me permitía alguna breve
               ojeada en su dirección, pero él tampoco parecía relajarse en ningún momento. El abrumador
               anhelo de tocarle también se negaba a desaparecer. Apreté los dedos contra las costillas hasta
               que me dolieron del esfuerzo.
                     Exhalé un suspiro de alivio cuando el señor Banner encendió las luces al final de la
               clase y estiré los brazos, flexionando los dedos agarrotados. A mi lado, Edward se rió entre
               dientes.
                     —Vaya, ha sido interesante —murmuró. Su voz tenía un toque siniestro y en sus ojos
               brillaba la cautela.
                     —Humm —fue todo lo que fui capaz de responder.
                     — ¿Nos vamos? —preguntó mientras se levantaba ágilmente.
                     Casi gemí. Llegaba la hora de Educación física. Me alcé con cuidado, preocupada por la
               posibilidad de que esa nueva y extraña intensidad establecida entre nosotros hubiera afectado
               a mi sentido del equilibrio.
                     Caminó silencioso a mi lado hasta la siguiente clase y se detuvo en la puerta. Me volví
               para  despedirme.  Me  sorprendió  la  expresión  desgarrada,  casi  dolorida,  y  terriblemente
               hermosa de su rostro, y el anhelo de tocarle se inflamó con la misma intensidad que antes.
               Enmudecí, mi despedida se quedó en la garganta.
                     Vacilante  y  con  el  debate  interior  reflejado  en  los  ojos,  alzó  la  mano  y  recorrió
               rápidamente  mi  pómulo  con  las  yemas  de  los  dedos.  Su  piel  estaba  tan  fría  como  de
               costumbre, pero su roce quemaba.
                     Se volvió sin decir nada y se alejó rápidamente a grandes pasos.




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