Page 115 - Crepusculo 1
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tirantes  y  shorts.  El  desayuno  fue  el  tranquilo  y  esperado  suceso  de  siempre.  Charlie  se
               preparó unos huevos fritos y yo mi cuenco de cereales. Me preguntaba si se había olvidado de
               lo de este sábado, pero respondió a mi pregunta no formulada cuando se levantó para dejar su
               plato en el fregadero.
                     —Respecto a este sábado... —comenzó mientras cruzaba la cocina y abría el grifo.
                     Me encogí.
                     — ¿Sí, papá?
                     — ¿Sigues empeñada en ir a Seattle?
                     —Ese era el plan.
                     Hice  una  mueca  mientras  deseaba  que  no  lo  hubiera  mencionado  para  no  tener  que
               componer cuidadosas medias verdades.
                     Esparció un poco de jabón sobre el plato y lo extendió con el cepillo.
                     — ¿Estás segura de que no puedes estar de vuelta a tiempo para el baile?
                     —No voy a ir al baile, papá.
                     Le fulminé con la mirada.
                     —  ¿No  te  lo  ha  pedido  nadie?  —preguntó  al  tiempo  que  ocultaba  su  consternación
               concentrándose en enjuagar el plato.
                     Esquivé el campo de minas.
                     —Es la chica quien elige.
                     —Ah.
                     Frunció el ceño mientras secaba el plato.
                     Sentía simpatía hacia él. Debe de ser duro ser padre y vivir con el miedo a que tu hija
               encuentre al chico que le gusta, pero aún más duro el estar preocupado de que no sea así. Qué
               horrible sería, pensé con estremecimiento, si Charlie tuviera la más remota idea de qué era
               exactamente lo que me gustaba.
                     Entonces, Charlie se marchó, se despidió con un movimiento de la mano y yo subí las
               escaleras  para  cepillarme  los  dientes  y  recoger  mis  libros.  Cuando  oí  alejarse  el  coche
               patrulla, sólo fui capaz de esperar unos segundos antes de echar un vistazo por la ventana. El
               coche plateado ya estaba ahí, en la entrada de coches de la casa.
                     Bajé las escaleras y salí por la puerta delantera, preguntándome cuánto tiempo duraría
               aquella extraña rutina. No quería que acabara jamás.
                     Me aguardaba en el coche sin aparentar mirarme cuando cerré la puerta de la casa sin
               molestarme en echar el pestillo. Me encaminé hacia el coche, me detuve con timidez antes de
               abrir  la  puerta  y  entré.  Estaba  sonriente,  relajado  y,  como  siempre,  perfecto  e
               insoportablemente guapo.
                     —Buenos días —me saludó con voz aterciopelada—. ¿Cómo estás hoy?
                     Me recorrió el rostro con la vista, como si su pregunta fuera algo más que una mera
               cortesía.
                     —Bien, gracias.
                     Siempre estaba bien, mucho mejor que bien, cuando me hallaba cerca de él. Su mirada
               se detuvo en mis ojeras.
                     —Pareces cansada.
                     —No pude dormir —confesé,  y de inmediato me removí la melena sobre el hombro
               preparando alguna medida para ganar tiempo.
                     —Yo tampoco —bromeó mientras encendía el motor.
                     Me  estaba  acostumbrando  a  ese  silencioso  ronroneo.  Estaba  convencida  de  que  me
               asustaría el rugido del monovolumen, siempre que llegara a conducirlo de nuevo.
                     —Eso es cierto —me reí—. Supongo que he dormido un poquito más que tú.
                     —Apostaría a que sí.
                     — ¿Qué hiciste la noche pasada?




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