Page 118 - Crepusculo 1
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Sus  preguntas  discretas  y  perspicaces  me  dejaron  explayarme  a  gusto  y  olvidar  a  la
               lúgubre luz de la tormenta la vergüenza por monopolizar la conversación. Al final, cuando
               hube acabado dé detallar mi desordenada habitación en Phoenix, hizo una pausa en lugar de
               responder con otra cuestión.
                     — ¿Has terminado? —pregunté con alivio.
                     —Ni por asomo, pero tu padre estará pronto en casa.
                     — ¡Charlie! —de repente, recordé su existencia y suspiré. Estudié el cielo oscurecido
               por la lluvia, pero no me reveló nada—. ¿Es muy tarde? —me pregunté en voz alta al tiempo
               que  miraba  el  reloj.  La  hora  me  había  pillado  por  sorpresa.  Charlie  ya  debería  de  estar
               conduciendo de vuelta a casa.
                     —Es  la  hora  del  crepúsculo  —murmuró  Edward  al  mirar  el  horizonte  de  poniente,
               oscurecido como estaba por las nubes.
                     Habló  de  forma  pensativa,  como  si  su  mente  estuviera  en  otro  lugar  lejano.  Le
               contemplé mientras miraba fijamente a través del parabrisas. Seguía observándole cuando de
               repente sus ojos se volvieron hacia los míos.
                     —Es  la  hora  más  segura  para  nosotros  —me  explicó  en  respuesta  a  la  pregunta  no
               formulada  de  mi  mirada—.  El  momento  más  fácil,  pero  también  el  más  triste,  en  cierto
               modo... el fin de otro día, el regreso de la noche —sonrió con añoranza—. La oscuridad es
               demasiado predecible, ¿no crees?
                     —Me  gusta  la  noche.  Jamás  veríamos  las  estrellas  sin  la  oscuridad  —fruncí  el
               entrecejo—. No es que aquí se vean mucho.
                     Se rió, y repentinamente su estado de ánimo mejoró.
                     —Charlie estará aquí en cuestión de minutos, por lo que a menos que quieras decirle
               que vas a pasar conmigo el sábado...
                     Enarcó una ceja.
                     —Gracias,  pero  no  —reuní  mis  libros  mientras  me  daba  cuenta  de  que  me  había
               quedado  entumecida  al  permanecer  sentada  y  quieta  durante  tanto  tiempo—.  Entonces,
               ¿mañana me toca a mí?
                     — ¡Desde luego que no!  —Exclamó con fingida indignación—. No te  he dicho que
               haya terminado, ¿verdad?
                     — ¿Qué más queda?
                     —Lo averiguarás mañana.
                     Extendió  una  mano  para  abrirme  la  puerta  y  su  súbita  cercanía  hizo  palpitar
               alocadamente mi corazón.
                     Pero su mano se paralizó en la manija.
                     —Mal asunto —murmuró.
                     — ¿Qué ocurre?
                     Me sorprendió verle con la mandíbula apretada y los ojos turbados. Me miró por un
               instante y me dijo con desánimo:
                     —Otra complicación.
                     Abrió la puerta de golpe con un rápido movimiento y, casi encogido, se apartó de mí
               con igual velocidad.
                     El destello de los faros a través de la lluvia atrajo mi atención mientras a escasos metros
               un coche negro subía el bordillo, dirigiéndose hacia nosotros.
                     —Charlie  ha  doblado  la  esquina  —me  avisó  mientras  vigilaba  atentamente  al  otro
               vehículo a través del aguacero.
                     A pesar de la confusión y la curiosidad, bajé de un salto. El estrépito de la lluvia era
               mayor al rebotarme sobre la cazadora.
                     Quise  identificar  las  figuras  del  asiento  delantero  del  otro  vehículo,  pero  estaba
               demasiado oscuro. Pude ver a Edward a la luz de los faros del otro coche. Aún miraba al




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