Page 95 - Crepusculo 1
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A continuación, ambos permanecimos en silencio. Observé cómo giraban las luces del
               coche con las curvas de la carretera. Se movían con demasiada rapidez, no parecían reales,
               sino  un  videojuego.  Era  consciente  de  que  el  tiempo  se  me  escapaba  rápidamente,  se  me
               acababa como la carretera que recorríamos, y tuve un miedo espantoso a no disponer de otra
               oportunidad para estar con él de nuevo como en este momento, abiertamente, sin muros entre
               nosotros.  Sus  palabras  apuntaban  hacia  un  fin  y  retrocedí  ante  esa  idea.  No  podía  perder
               ninguno de los minutos que tenía a su lado.
                     —Cuéntame más —pedí con desesperación, sin preocuparme de lo que dijera, sólo para
               oír su voz de nuevo.
                     Me miró rápidamente, sobresaltado por el cambio que se había operado en mi voz.
                     — ¿Qué más quieres saber?
                     —Dime por qué cazáis animales en lugar de personas —sugerí con voz aún alterada por
               la desesperación. Tomé conciencia de que tenía los ojos llorosos y luché contra el pesar que
               intentaba apoderarse de mí.
                     —No quiero ser un monstruo —explicó en voz muy baja.
                     —Pero ¿no bastan los animales?
                     Hizo una pausa.
                     —No puedo estar seguro, por supuesto, pero yo lo compararía con vivir a base de queso
               y leche de soja. Nos llamamos a nosotros mismos vegetarianos,  es nuestro pequeño chiste
               privado.  No  sacia  el  apetito  por  completo,  bueno,  más  bien  la  sed,  pero  nos  mantiene  lo
               bastante fuertes para resistir... la mayoría de las veces —su voz sonaba a presagio—. Unas
               veces es más difícil que otras. — ¿Te resulta muy difícil ahora?
                     Suspiró.
                     —Pero ahora no tienes hambre —aseveré con confianza, afirmando, no preguntando.
                     — ¿Qué te hace pensar eso?
                     —Tus  ojos.  Te  dije  que  tenía  una  teoría.  Me  he  dado  cuenta  de  que  la  gente,  y  los
               hombres en particular, se enfada cuando tiene hambre.
                     Se rió entre dientes.
                     —Eres muy observadora, ¿verdad?
                     No respondí, sólo escuché el sonido de su risa y lo grabé en la memoria.
                     —Este fin de semana estuvisteis cazando, ¿verdad? —quise saber cuando todo se hubo
               calmado.
                     —Sí —calló durante un segundo, como si estuviera decidiendo decir algo o no—. No
               quería salir, pero era necesario. Es un poco más fácil estar cerca de ti cuando no tengo sed.
                     — ¿Por qué no querías marcharte?
                     —El  estar  lejos  de  ti  me  pone...  ansioso  —su  mirada  era  amable  e  intensa;  y  me
               estremecí  hasta  la  médula—.  No  bromeaba  cuando  te  pedí  que  no  te  cayeras  al  mar  o  te
               dejaras atropellar el jueves pasado. Estuve abstraído todo el fin de semana, preocupándome
               por ti, y después de lo acaecido esta noche, me sorprende que hayas salido indemne del fin de
               semana —movió la cabeza; entonces recordó algo—. Bueno, no del todo.
                     — ¿Qué?
                     —Tus manos —me recordó.
                     Observé  las  palmas  de  mis  manos  y  las  rasgaduras  casi  curadas  de  los  pulpejos.  A
               Edward no se le escapaba nada.
                     —Me caí —reconocí con un suspiro.
                     —Eso  es  lo  que  pensé  —las  comisuras  de  sus  labios  se  curvaron—.  Supongo  que,
               siendo tú, podía haber sido mucho peor,  y esa posibilidad me atormentó mientras duró mi
               ausencia. Fueron tres días realmente largos y la verdad es que puse a Emmett de los nervios.
                     Me sonrió compungido.
                     — ¿Tres días? ¿No acabas de regresar hoy?




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