Page 92 - Crepusculo 1
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Aparté la vista del rostro de Edward por primera vez en un intento de hallar las palabras
               y vi el indicador de velocidad.
                     — ¡Dios santo! —grité—. ¡Ve más despacio!
                     — ¿Qué pasa? —se sobresaltó, pero el automóvil no desaceleró.
                     — ¡Vas a ciento sesenta! —seguí chillando.
                     Elche una ojeada de pánico por la ventana, pero estaba demasiado oscuro para distinguir
               mucho. La carretera sólo era visible hasta donde alcanzaba la luz de los faros delanteros. El
               bosque que flanqueaba ambos lados de la carretera parecía un muro negro, tan duro como un
               muro de hierro si nos salíamos de la carretera a esa velocidad.
                     —Tranquilízate, Bella.
                     Puso los ojos en blanco sin reducir aún la velocidad.
                     — ¿Pretendes que nos matemos? —quise saber.
                     —No vamos a chocar.
                     Intenté modular el volumen de mi voz al preguntar:
                     — ¿Por qué vamos tan deprisa?
                     —Siempre conduzco así —se volvió y me sonrió torciendo la boca.
                     — ¡No apartes la vista de la carretera!
                     —Nunca he tenido un accidente, Bella, ni siquiera me han puesto una multa —sonrió y
               se acarició varias veces la frente—. A prueba de radares detectores de velocidad.
                     —Muy  divertido  —estaba  que  echaba  chispas—.  Charlie  es  policía,  ¿recuerdas?  He
               crecido  respetando las leyes de tráfico. Además, si  nos  la pegamos  contra el  tronco de un
               árbol y nos convertimos en una galleta de Volvo, tendrás que regresar a pie.
                     —Probablemente  —admitió  con  una  fuerte  aunque  breve  carcajada—,  pero  tú  no  —
               suspiró y vi con alivio que la aguja descendía gradualmente hasta los ciento veinte.
                     — ¿Satisfecha?
                     —Casi.
                     —Odio conducir despacio —musitó.
                     — ¿A esto le llamas despacio?
                     —Basta  de  criticar  mi  conducción  —dijo  bruscamente—,  sigo  esperando  tu  última
               teoría.
                     Me mordí el labio. Me miró con ojos inesperadamente amarillos—No me voy a reír —
               prometió.
                     —Temo más que te enfades conmigo.
                     — ¿Tan mala es?
                     —Bastante, sí.
                     Esperó. Tenía la vista clavada en mis manos, por lo que no le pude ver la expresión.
                     —Adelante —me animó con voz tranquila.
                     —No sé cómo empezar —admití.
                     — ¿Por qué no empiezas por el principio? Dijiste que no era de tu invención.
                     —No.
                     — ¿Cómo empezaste? ¿Con un libro? ¿Con una película? —me sondeó.
                     —No. Fue el sábado, en la playa —me arriesgué a alzar los ojos y contemplar su rostro.
               Pareció  confundido—.  Me  encontré  con  un  viejo  amigo  de  la  familia...  Jacob  Black  —
               proseguí—. Su padre y Charlie han sido amigos desde que yo era niña.
                     Aún parecía perplejo.
                     —Su  padre  es  uno  de  los  ancianos  de  los  quileute  —lo  examiné  con  atención.  Una
               expresión  helada  sustituyó  al  desconcierto  anterior—.  Fuimos  a  dar  un  paseo...  —evité
               explicarle  todas  mis  maquinaciones  para  sonsacar  la  historia—,  y  él  me  estuvo  contando
               viejas leyendas para asustarme —vacilé—. Me contó una...
                     —Continúa.




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