Page 89 - Crepusculo 1
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Sentí un escalofrío al oír sus palabras y recordar bruscamente la furibunda mirada de
sus ojos negros aquel primer día, pero lo ahogó la abrumadora sensación de seguridad que
sentía en presencia de Edward.
— ¿Lo recuerdas? —inquirió con su rostro de ángel muy serio.
—Sí —respondí con serenidad.
—Y aun así estás aquí sentada —comentó con un deje de incredulidad en su voz y
enarcó una ceja.
—Sí, estoy aquí... gracias a ti —me callé y luego le incité—. Porque de alguna manera
has sabido encontrarme hoy.
Frunció los labios y me miró con los ojos entrecerrados mientras volvía a cavilar. Lanzó
una mirada a mi plato, casi intacto, y luego a mí.
—Tú comes y yo hablo —me propuso.
Rápidamente saqué del plato otro ravioli con el tenedor, lo hice estallar en mi boca y
mastiqué de forma apresurada.
—Seguirte el rastro es más difícil de lo habitual. Normalmente puedo hallar a alguien
con suma facilidad siempre que haya «oído» su mente antes —me miró con ansiedad y
comprendí que me había quedado helada. Me obligué a tragar, pinché otro ravioli y me lo
metí en la boca.
—Vigilaba a Jessica sin mucha atención... Como te dije, sólo tú puedes meterte en líos
en Port Angeles. Al principio no me di cuenta de que te habías ido por tu cuenta y luego,
cuando comprendí que ya no estabas con ellas, fui a buscarte a la librería que vislumbré en la
mente de Jessica. Te puedo decir que sé que no llegaste a entrar y que te dirigiste al sur. Sabía
que tendrías que dar la vuelta pronto, por lo que me limité a esperarte, investigando al azar en
los pensamientos de los viandantes para saber si alguno se había fijado en ti, y saber de ese
modo dónde estabas. No tenía razones para preocuparme, pero estaba extrañamente ansioso...
Se sumió en sus pensamientos, mirando fijamente a la nada, viendo cosas que yo no
conseguía imaginar.
—Comencé a conducir en círculos, seguía alerta. El sol se puso al fin y estaba a punto
de salir y seguirte a pie cuando... —enmudeció, rechinando los dientes con súbita ira. Se
esforzó en calmarse.
— ¿Qué pasó entonces? —susurré. Edward seguía mirando al vacío por encima de mi
cabeza.
—Oí lo que pensaban —gruñó; al torcer el gesto, el labio superior se curvó mostrando
sus dientes—, y vi tu rostro en sus mentes.
De repente, se inclinó hacia delante, con el codo apoyado en la mesa y la mano sobre
los ojos. El movimiento fue tan rápido que me sobresaltó.
—Resultó duro, no sabes cuánto, dejarlos... vivos —el brazo amortiguaba la voz—. Te
podía haber dejado ir con Jessica y Angela, pero temía —admitió con un hilo de voz— que, si
me dejabas solo, iría a por ellos.
Permanecí sentada en silencio, confusa, llena de pensamientos incoherentes, con las
manos cruzadas sobre el vientre y recostada lánguidamente contra el respaldo de la silla. El
seguía con la mano en el rostro, tan inmóvil que parecía una estatua tallada.
Finalmente alzó la vista y sus ojos buscaron los míos, rebosando sus propios
interrogantes.
— ¿Estás lista para ir a casa? —preguntó.
—Lo estoy para salir de aquí —precisé, inmensamente agradecida de que nos quedara
una hora larga de coche antes de llegar a casa juntos. No estaba preparada para despedirme de
él.
La camarera apareció como si la hubiera llamado, o estuviera observando.
— ¿Qué tal todo? —preguntó a Edward.
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