Page 86 - Crepusculo 1
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Su rostro se contrajo al esbozar aquella perfecta sonrisa de picardía.
                     —Dudo que eso vaya a suceder —respondí después de tomar aliento—. Siempre se me
               ha dado muy bien reprimir las cosas desagradables.
                     —Da igual, me sentiré mejor cuando hayas tomado algo de glucosa y comida.
                     La  camarera  apareció  con  nuestras  bebidas  y  una  cesta  de  colines  en  ese  preciso
               momento. Permaneció de espaldas a mí mientras las colocaba sobre la mesa.
                     — ¿Han decidido qué van a pedir? —preguntó a Edward.
                     — ¿Bella? —inquirió él.
                     Ella se volvió hacia mí a regañadientes. Elegí lo primero que vi en el menú.
                     —Eh... Tomaré el ravioli de setas.
                     — ¿Y usted?
                     Se volvió hacia Edward con una sonrisa.
                     —Nada para mí —contestó.
                     No, por supuesto que no.
                     —Si cambia de opinión, hágamelo saber.
                     La  sonrisa  coqueta  seguía  ahí,  pero  él  no  la  miraba  y  la  camarera  se  marchó
               descontenta.
                     —Bebe —me ordenó.
                     Al principio, di unos sorbitos a mi refresco obedientemente; luego, bebí a tragos más
               largos, sorprendida de la sed que tenía. Comprendí que me la había terminado toda cuando
               Edward empujó su vaso hacia mí.
                     —Gracias —murmuré, aún sedienta.
                     El frío del refresco se extendió por mi pecho y me estremecí.
                     — ¿Tienes frío?
                     —Es sólo la Coca—Cola —le expliqué mientras volvía a  estremecerme.
                     — ¿No tienes una cazadora? —me reprochó.
                     —Sí —miré a la vacía silla contigua y caí en la cuenta—. Vaya, me la he dejado en el
               coche de Jessica.
                     Edward  se  quitó  la  suya.  No  podía  apartar  los  ojos  de  su  rostro,  simplemente.  Me
               concentré para obligarme a hacerlo en ese momento. Se estaba quitando su cazadora de cueto
               beis debajo de la cual llevaba un suéter de cuello vuelto que se ajustaba muy bien, resaltando
               lo musculoso que era  su pecho.
                     Me entregó su cazadora y me interrumpió mientras me lo comía con los ojos.
                     —Gracias —dije nuevamente mientas deslizaba los brazos en  su cazadora.
                     La  prenda  estaba  helada,  igual  que  cuando  me  ponía  mi  ropa  a  primera  hora  de  la
               mañana, colgada en el vestíbulo, en el que hay mucha corriente de aire. Tirité otra vez. Tenía
               un olor asombroso. Lo olisqueé en un intento de identificar aquel delicioso aroma, que no se
               parecía a ninguna colonia. Las mangas eran demasiado largas y las eché hacia atrás para tener
               libres las manos.
                     —Tu  piel  tiene  un  aspecto  encantador  con  ese  color  azul  —observó  mientras  me
               miraba. Me sorprendió y bajé la vista, sonrojada, por supuesto.
                     Empujó la cesta con los colines hacia mí.
                     —No voy a entrar en estado de shock, de verdad —protesté.
                     —Pues deberías, una persona normal lo haría, y tú ni siquiera pareces alterada.
                     Daba la impresión de estar desconcertado. Me miró a los ojos y vi que los suyos eran
               claros, más claros de lo que anteriormente los había visto, de ese tono dorado que tiene el
               sirope de caramelo.
                     —Me siento segura contigo —confesé, impelida a decir de  nuevo la verdad. ,
                     Aquello  le  desagradó  y  frunció  su  frente  de  alabastro.  Ceñudo,  sacudió  la  cabeza  y
               murmuró para sí:




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