Page 85 - Crepusculo 1
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Era temporada baja para el turismo en Port Angeles, por lo que el restaurante no estaba
lleno. Comprendí el brillo de los ojos de nuestra anfitriona mientras evaluaba a Edward. Le
dio la bienvenida con un poco más de entusiasmo del necesario. Me sorprendió lo mucho que
me molestó. Me sacaba varios centímetros y era rubia de bote.
— ¿Tienen una mesa para dos? —preguntó Edward con voz tentadora, lo pretendiese o
no.
Vi cómo los ojos de la rubia se posaban en mí y luego se desviaban, satisfecha por mi
evidente normalidad y la falta de contacto entre Edward y yo. Nos condujo a una gran mesa
para cuatro en el centro de la zona más concurrida del comedor.
Estaba a punto de sentarme cuando Edward me indicó lo contrario con la cabeza.
— ¿Tiene, tal vez, algo más privado? —insistió con voz suave a la anfitriona. No estaba
segura, pero me pareció que le entregaba discretamente una propina. No había visto a nadie
rechazar una mesa salvo en las viejas películas.
—Naturalmente —parecía tan sorprendida como yo. Se giró y nos condujo alrededor de
una mampara hasta llegar a una sala de reservados—. ¿Algo como esto?
—Perfecto.
Le dedicó una centelleante sonrisa a la dueña, dejándola momentáneamente
deslumbrada.
—Esto... —sacudió la cabeza, bizqueando—. Ahora mismo les atiendo.
Se alejó caminando con paso vacilante.
—De veras, no deberías hacerle eso a la gente —le critiqué—. Es muy poco cortés.
— ¿Hacer qué?
—Deslumbrarla... Probablemente, ahora está en la cocina hiperventilando.
Pareció confuso.
—Oh, venga —le dije un poco dubitativa—. Tienes que saber el efecto que produces en
los demás.
Ladeó la cabeza con los ojos llenos de curiosidad.
— ¿Los deslumbro?
— ¿No te has dado cuenta? ¿Crees que todos ceden con tanta facilidad?
Ignoró mis preguntas.
— ¿Te deslumbro a ti?
—Con frecuencia —admití.
Entonces llegó la camarera, con rostro expectante. La anfitriona había hecho mutis por
el foro definitivamente, y la nueva chica no parecía decepcionada. Se echó un mechón de su
cabello negro detrás de la oreja, y sonrió con innecesaria calidez.
—Hola. Me llamo Amber y voy a atenderles esta noche. ¿Qué les pongo de beber?
No pasé por alto que sólo se dirigía a él. Edward me miró.
—Voy a tomar una CocaCola.
Pareció una pregunta.
—Dos —dijo él.
—Enseguida las traigo —le aseguró con otra sonrisa innecesaria, pero él no lo vio,
porque me miraba a mí.
— ¿Qué pasa? —le pregunté cuando se fue la camarera. Tenía la mirada fija en mi
rostro.
— ¿Cómo te sientes?
—Estoy bien —contesté, sorprendida por la intensidad.
— ¿No tienes mareos, ni frío, ni malestar...? y
— ¿Debería?
Se rió entre dientes ante la perplejidad de mi respuesta.
—Bueno, de hecho esperaba que entraras en estado de shock.
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