Page 88 - Crepusculo 1
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—Sólo una excepción —me corrigió—, hipotéticamente.
—De acuerdo entonces, una sola excepción.
Me estremecí cuando me siguió el juego, pero intenté parecer despreocupada.
— ¿Cómo funciona? ¿Qué limitaciones tiene? ¿Cómo podría ese alguien... encontrar a
otra persona en el momento adecuado? ¿Cómo sabría que ella está en un apuro?
— ¿Hipotéticamente?
—Bueno, si... ese alguien...
—Supongamos que se llama Joe —sugerí.
Esbozó una sonrisa seca.
—En ese caso, Joe. Si Joe hubiera estado atento, la sincronización no tendría por qué
haber sido tan exacta —negó con la cabeza y puso los ojos en blanco——. Sólo tú podrías
meterte en líos en un sitio tan pequeño. Destrozarías las estadísticas de delincuencia para una
década, ya sabes.
—Estamos hablando de un caso hipotético —le recordé con frialdad.
Se rió de mí con ojos tiernos.
—Sí, cierto —aceptó—. ¿Qué tal si la llamamos Jane?
¿—Cómo lo supiste? —pregunté, incapaz de refrenar mi ansiedad. Comprendí que
volvía a inclinarme hacia él.
Pareció titubear, dividido por algún dilema interno. Nuestras miradas se encontraron e
intuí que en ese preciso instante estaba tomando la decisión de si decir o no la verdad.
—Puedes confiar en mí, ya lo sabes —murmuré.
Sin pensarlo, estiré el brazo para tocarle las manos cruzadas, pero Edward las retiró
levemente y yo hice lo propio con las mías.
—No sé si tengo otra alternativa —su voz era un susurro—. Me equivoqué. Eres mucho
más observadora de lo que pensaba.
—Creí que siempre tenías razón.
—Así era —sacudió la cabeza otra vez—. Hay otra cosa en la que también me
equivoqué contigo. No eres un imán para los accidentes... Esa no es una clasificación lo
suficientemente extensa. Eres un imán para los problemas. Si hay algo peligroso en un radio
de quince kilómetros, inexorablemente te encontrará. — ¿Te incluyes en esa categoría? —Sin
ninguna duda.
Su rostro se volvió frío e inexpresivo. Volví a estirar la mano por la mesa, ignorando
cuando él retiró levemente las suyas, para tocar tímidamente el dorso de sus manos con las
yemas de los dedos. Tenía la piel fría y dura como una piedra.
—Gracias —musité con ferviente gratitud—. Es la segunda vez.
Su rostro se suavizó.
—No dejarás que haya una tercera, ¿de acuerdo?
Fruncí el ceño, pero asentí con la cabeza. Apartó su mano de debajo de la mía y puso
ambas sobre la mesa, pero se inclinó hacia mí.
—Te seguí a Port Angeles —admitió, hablando muy deprisa—. Nunca antes había
intentado mantener con vida a alguien en concreto, y es mucho más problemático de lo que
creía, pero eso tal vez se deba a que se trata de ti. La gente normal parece capaz de pasar el
día sin tantas catástrofes.
Hizo una pausa. Me pregunté si debía preocuparme el hecho de que me siguiera, pero en
lugar de eso, sentí un extraño espasmo de satisfacción. Me miró fijamente, preguntándose tal
vez por qué mis labios se curvaban en una involuntaria sonrisa.
— ¿Crees que me había llegado la hora la primera vez, cuando ocurrió lo de la
furgoneta, y que has interferido en el destino? —especulé para distraerme.
—Esa no fue la primera vez —replicó con dureza. Lo miré sorprendida, pero él miraba
al suelo—. La primera fue cuando te conocí.
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