Page 81 - Crepusculo 1
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camiones, cerradas con candados durante la noche. La parte sur de la calle carecía de acera,
               consistía en una cerca de malla metálica rematada en alambre de púas por la parte superior
               con  el  fin  de  proteger  algún  tipo  de  piezas  mecánicas  en  un  patio  de  almacenaje.  En  mi
               vagabundeo había pasado de largo por la parte de Port Angeles que tenía intención de ver
               como  turista.  Descubrí  que  anochecía  cuando  las  nubes  regresaron,  arracimándose  en  el
               horizonte de poniente, creando un ocaso  prematuro. Al oeste, el  cielo seguía siendo claro,
               pero,  rasgado  por  rayas  naranjas  y  rosáceas,  comenzaba  a  agrisarse.  Me  había  dejado  la
               cazadora en el coche y un repentino escalofrío hizo que me abrazara con fuerza el torso. Una
               única furgoneta pasó a mi lado y luego la carretera se quedó vacía.
                     De repente, el cielo se oscureció más y al mirar por encima del hombro para localizar a
               la nube causante de esa penumbra, me asusté al darme cuenta de que dos hombres me seguían
               sigilosamente a seis metros.
                     Formaban parte del mismo grupo que había dejado atrás en la esquina, aunque ninguno
               de  los  dos  era  el  moreno  que  se  había  dirigido  a  mí.  De  inmediato,  miré  hacia  delante  y
               aceleré el paso. Un escalofrío que nada tenía que ver con el tiempo me recorrió la espalda.
               Llevaba el bolso en el hombro, colgando de la correa cruzada alrededor del pecho, como se
               suponía que tenía que llevarlo para evitar que me lo quitaran de un tirón. Sabía exactamente
               dónde estaba mi aerosol de autodefensa, en el talego de debajo de la cama que nunca había
               llegado  a desempaquetar. No llevaba mucho dinero encima, sólo  veintitantos  dólares,  pero
               pensé en arrojar «accidentalmente» el bolso y alejarme andando. Mas una vocecita asustada
               en el fondo de mi mente me previno que podrían ser algo peor que ladrones.
                     Escuché  con  atención  los  silenciosos  pasos,  mucho  más  si  se  los  comparaba  con  el
               bullicio que estaban armando antes. No parecía que estuvieran apretando el paso ni que se
               encontraran  más  cerca.  Respira,  tuve  que  recordarme.  No  sabes  si  te  están  siguiendo.
               Continué andando lo más deprisa posible sin llegar a correr, concentrándome en el giro que
               había  a  mano  derecha,  a  pocos  metros.  Podía  oírlos  a  la  misma  distancia  a  la  que  se
               encontraban antes. Procedente de la parte sur de la ciudad, un coche azul giró en la calle y
               pasó velozmente a mi lado. Pensé en plantarme de un salto delante de él, pero dudé, inhibida
               al no saber si realmente me seguían, y entonces fue demasiado tarde.
                     Llegué a la esquina, pero una rápida ojeada me mostró un callejón sin salida que daba a
               la  parte  posterior  de  otro  edificio.  En  previsión,  ya  me  había  dado  media  vuelta.  Debía
               rectificar a toda prisa, cruzar como un bólido el estrecho paseo y volver a la acera. La calle
               finalizaba en la próxima esquina, donde había una señal de stop. Me concentré en los débiles
               pasos que me seguían mientras decidía si echar a correr o no. Sonaban un poco más lejanos,
               aunque  sabía  que,  en  cualquier  caso,  me  podían  alcanzar  si  corrían.  Estaba  segura  de  que
               tropezaría y me caería de ir más deprisa. Las pisadas sonaban más lejos, sin duda, y por eso
               me  arriesgué  a  echar  una  ojeada  rápida  por  encima  del  hombro.  Vi  con  alivio  que  ahora
               estaban a doce metros de mí, pero ambos me miraban fijamente.
                     El tiempo  que me costó llegar  a la esquina se  me antojó una eternidad. Mantuve un
               ritmo  vivo,  hasta  el  punto  de  rezagarlos  un  poco  más  con  cada  paso  que  daba.  Quizás
               hubieran comprendido que me habían asustado y lo lamentaban. Vi cruzar la intersección a
               dos automóviles que se dirigieron hacia el norte. Estaba a punto de llegar, y suspiré aliviada.
               En cuanto hubiera dejado aquella calle desierta habría más personas a mí alrededor. En un
               momento doblé la esquina con un suspiro de agradecimiento.
                     Y me deslicé hasta el stop.
                     A ambos lados de la calle se alineaban unos  muros  blancos sin  ventanas.  A lo  lejos
               podía ver dos intersecciones, farolas, automóviles y más peatones, pero todos ellos estaban
               demasiado  lejos,  ya  que  los  otros  dos  hombres  del  grupo  estaban  en  mitad  de  la  calle,
               apoyados contra un edificio situado al oeste, mirándome con unas sonrisas de excitación que






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