Page 94 - Crepusculo 1
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— ¿Y cuánto hace que tienes diecisiete años?
                     Frunció los labios mientras miraba la carretera.
                     —Bastante —admitió, al fin.
                     —De acuerdo.
                     Sonreí, complacida de que al fin fuera sincero conmigo. Sus vigilantes ojos me miraban
               con más frecuencia que antes, cuando le preocupaba que entrara en estado de Shock. Esbocé
               una sonrisa más amplia de estímulo y él frunció el ceño.
                     —No te rías, pero ¿cómo es que puedes salir durante el día?
                     En cualquier caso, se rió.
                     —Un mito.
                     — ¿No te quema el sol?
                     —Un mito.
                     — ¿Y lo de dormir en ataúdes?
                     —Un mito —vaciló durante un momento y un tono peculiar se filtró en su voz—. No
               puedo dormir.
                     Necesité un minuto para comprenderlo.
                     — ¿Nada?
                     —Jamás —contestó con voz apenas audible.
                     Se volvió para mirarme con expresión de nostalgia. Sus ojos dorados sostuvieron mi
               mirada y perdí la oportunidad de pensar. Me quedé mirándolo hasta que él apartó la vista.
                     —Aún no me has formulado la pregunta más importante.
                     Ahora  su  voz  sonaba  severa  y  cuando  me  miró  otra  vez  lo  hizo  con  ojos  gélidos.
               Parpadeé, todavía confusa.
                     — ¿Cuál?
                     — ¿No te preocupa mi dieta? —preguntó con sarcasmo.
                     —Ah —musité—, ésa.
                     —Sí, ésa —remarcó con voz átona—. ¿No quieres saber si bebo sangre?
                     Retrocedí.
                     —Bueno, Jacob me dijo algo al respecto.
                     — ¿Qué dijo Jacob? —preguntó cansinamente.
                     —Que no cazabais personas. Dijo que se suponía que vuestra familia no era peligrosa
               porque sólo dabais caza a animales.
                     — ¿Dijo que no éramos peligrosos?
                     Su voz fue profundamente escéptica.
                     —No exactamente. Dijo que se suponía que no lo erais, pero los quileutes siguen sin
               quereros en sus tierras, sólo por si acaso.
                     Miró hacia delante, pero no sabía si observaba o no la carretera.
                     —Entonces,  ¿tiene  razón  en  lo  de  que  no  cazáis  personas?  —pregunté,  intentando
               alterar la voz lo menos posible.
                     —La memoria de los quileutes llega lejos... —susurró.
                     Lo acepté como una confirmación.
                     —Aunque no dejes que eso te satisfaga —me advirtió—. Tienen razón al mantener la
               distancia con nosotros.
                     —No comprendo.
                     —Intentamos... —explicó lentamente—, solemos ser buenos en todo lo que hacemos,
               pero a veces cometemos errores. Yo, por ejemplo, al permitirme estar a solas contigo.
                     — ¿Esto es un error?
                     Oí la tristeza de mi voz, pero no supe si él también lo había advertido.
                     —Uno muy peligroso —murmuró.






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