Page 139 - Crepusculo 1
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Su sonrisa se desvaneció.
                      —Sabes el porqué.
                      —No, lo que quería decir exactamente es ¿qué hice mal? Ya sabes, voy a tener que
               estar en guardia, por lo que será mejor aprender qué es lo que no debería hacer. Esto, por
               ejemplo —le acaricié la base de la mano—, parece que no te hace mal.
                      Volvió a sonreír.
                      —Bella, no hiciste nada mal. Fue culpa mía.
                      —Pero quiero ayudar si está en mi mano, hacértelo más llevadero.
                      —Bueno...  —meditó durante unos  instantes—.  Sólo  fue lo  cerca que estuviste. Por
               instinto, la mayoría de los  hombres  nos  rehuyen repelidos  por nuestra diferenciación...  No
               esperaba que te acercaras tanto, y el olor de tu garganta...
                      Se calló ipso facto mirándome para ver si me había asustado.
                      —De  acuerdo,  entonces  —respondí  con  displicencia  en  un  intento  de  aliviar  la
               atmósfera, repentinamente tensa, y me tapé el cuello—, nada de exponer la garganta.
                      Funcionó. Rompió a reír.
                      —No, en realidad, fue más la sorpresa que cualquier otra cosa.
                      Alzó la mano libre y la depositó con suavidad en un lado de mi garganta. Me quedé
               inmóvil. El frío de su tacto era un aviso natural, un indicio de que debería estar aterrada, pero
               no era miedo lo que sentía, aunque, sin embargo, había otros sentimientos...
                      —Ya lo ves. Todo está en orden.
                      Se me aceleró el pulso, y deseé poder refrenarlo al presentir que eso, los latidos en mis
               venas, lo iba a dificultar todo un poco más. Lo más seguro es que él pudiera oírlo.
                      —El rubor de tus mejillas es adorable —murmuró.
                      Liberó con suavidad la otra mano. Mis manos cayeron flácidas sobre mi vientre. Me
               acarició la mejilla con suavidad para luego sostener mi rostro entre sus manos de mármol.
                      —Quédate muy quieta —susurró. ¡Como si no estuviera ya petrificada!
                      Lentamente, sin apartar sus ojos de los míos, se inclinó hacia mí. Luego, de forma
               sorprendente pero suave, apoyó su mejilla contra la base de mi garganta. Apenas era capaz de
               moverme,  incluso  aunque  hubiera  querido.  Oí  el  sonido  de  su  acompasada  respiración
               mientras contemplaba cómo el sol y la brisa jugaban con su pelo de color bronce, la parte más
               humana de Edward.
                      Me estremecí cuando sus manos se deslizaron cuello abajo con deliberada lentitud. Le
               oí contener el aliento, pero las manos no se detuvieron y suavemente siguieron su descenso
               hasta llegar a mis hombros, y entonces se detuvieron.
                      Dejó resbalar el rostro por un lado de mi cuello, con la nariz rozando mi clavícula. A
               continuación, reclinó la cara y apretó la cabeza tiernamente contra mi pecho...... escuchando
               los latidos de mi corazón.
                      —Ah.
                      Suspiró.
                      No sé cuánto tiempo estuvimos sentados sin movernos. Pudieron ser horas. Al final,
               mi pulso se sosegó, pero Edward no se movió ni me dirigió la palabra mientras me sostuvo.
               Sabía que en cualquier momento él podría no contenerse y mi vida terminaría tan deprisa que
               ni siquiera me daría cuenta, aunque eso no me asustó. No podía pensar en nada, excepto en
               que él me tocaba.
                      Luego, demasiado pronto, me liberó.
                      Sus ojos estaban llenos de paz cuando dijo con satisfacción:
                      —No volverá a ser tan arduo.
                      — ¿Te ha resultado difícil?
                      —No ha sido tan difícil como había supuesto. ¿Y a ti?
                      —No, para mí no lo ha sido en absoluto.




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