Page 141 - Crepusculo 1
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—Te voy a enseñar cómo viajo por el bosque —vio mi expresión aterrada—. No te
preocupes, vas a estar a salvo, y llegaremos al coche mucho antes.
Sus labios se curvaron en una de esas sonrisas traviesas tan hermosas que casi
detenían el latir de mi corazón.
— ¿Te vas a convertir en murciélago? —pregunté con recelo.
Rompió a reír con más fuerza de la que le había oído jamás.
— ¡Como si no hubiera oído eso antes!
—Vale, ya veo que no voy a conseguir quedarme contigo.
—Vamos, pequeña cobarde, súbete a mi espalda.
Aguardé a ver si bromeaba, pero al parecer lo decía en serio. Me dirigió una sonrisa al
leer mi vacilación y extendió los brazos hacia mí. Mi corazón reaccionó. Aunque Edward no
pudiera leer mi mente, el pulso siempre me delataba. Procedió a ponerme sobre su espalda,
con poco esfuerzo por mi parte, aunque, cuando ya estuve acomodada, lo rodeé con brazos y
piernas con tal fuerza que hubiera estrangulado a una persona normal. Era como agarrarse a
una roca.
—Peso un poco más de la media de las mochilas que sueles llevar —le avisé.
— ¡Bahh.! —resopló. Casi pude imaginarle poniendo los ojos en blanco. Nunca antes
le había visto tan animado.
Me sobrecogió cuando de forma inesperada me aferró la mano y presionó la palma
sobre el rostro para inhalar profundamente.
—Cada vez más fácil —musitó.
Y entonces echó a correr.
Si en alguna ocasión había tenido miedo en su presencia, aquello no era nada en
comparación con cómo me sentí en ese momento.
Cruzó como una bala, como un espectro, la oscura y densa masa de maleza del bosque
sin hacer ruido, sin evidencia alguna de que sus pies rozaran el suelo. Su respiración no se
alteró en ningún momento, jamás dio muestras de esforzarse, pero los árboles pasaban
volando a mi lado a una velocidad vertiginosa, no golpeándonos por centímetros.
Estaba demasiado aterrada para cerrar los ojos, aunque el frío aire del bosque me
azotaba el rostro hasta escocerme. Me sentí como si en un acto de estupidez hubiera sacado la
cabeza por la ventanilla de un avión en pleno vuelo, y experimenté el acelerado
desfallecimiento del mareo.
Entonces, terminó. Aquella mañana habíamos caminado durante horas para alcanzar el
prado de Edward, y ahora, en cuestión de minutos, estábamos de regreso junto al
monovolumen.
—Estimulante, ¿verdad? —dijo entusiasmado y con voz aguda.
Se quedó inmóvil, a la espera de que me bajara. Lo intenté, pero no me respondían los
músculos. Me mantuve aferrada a él con brazos y piernas mientras la cabeza no dejaba de
darme vueltas.
— ¿Bella? —preguntó, ahora inquieto.
—Creo que necesito tumbarme —respondí jadeante.
—Ah, perdona —me esperó, pero aun así no me pude mover.
—Creo que necesito ayuda —admití.
Se rió quedamente y deshizo suavemente mi presa alrededor de su cuello. No había
forma de resistir la fuerza de hierro de sus manos. Luego, me dio la vuelta y quedé frente a él,
y me acunó en sus brazos como si fuera una niña pequeña. Me sostuvo en vilo un momento
para luego depositarme sobre los mullidos helechos.
— ¿Qué tal te encuentras?
No estaba muy segura de cómo me sentía, ya que la cabeza me daba vueltas de forma
enloquecida.
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