Page 137 - Crepusculo 1
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—Sin duda.
                      Torció el gesto y me miró las manos, liberándome así de la fuerza de su mirada.
                      —Luego intenté cambiar la hora de mi programa en un estéril intento de evitarte y de
               repente ahí estabas tú, en esa oficina pequeña y caliente, y el aroma resultaba enloquecedor.
               Estuve a punto de tomarte en ese momento. Sólo había otra frágil humana... cuya muerte era
               fácil de arreglar.
                      Temblé a pesar de estar al sol cuando de nuevo reaparecieron mis recuerdos desde su
               punto  de vista, sólo  ahora me percataba del  peligro. ¡Pobre señora  Cope! Me estremecí  al
               pensar lo cerca que había estado de ser la responsable de su muerte sin saberlo.
                      —No sé cómo, pero resistí. Me obligué a no esperarte ni a seguirte desde el instituto.
               Fuera, donde ya no te podía oler, resultó más fácil pensar con claridad y adoptar la decisión
               correcta. Dejé a mis hermanos cerca de casa. Estaba demasiado avergonzado para confesarles
               mi debilidad, sólo sabían que algo iba mal... Entonces me fui directo al hospital para ver a
               Carlisle y decirle que me marchaba.
                      Lo miré fijamente, sorprendida.
                      —Intercambiamos  nuestros  coches,  ya  que  el  suyo  tenía  el  depósito  lleno  y  yo  no
               quería detenerme. No me atrevía a ir a casa y enfrentarme a Esme. Ella no me hubiera dejado
               ir sin montarme una escenita, hubiera intentado convencerme de que no era necesario... A la
               mañana siguiente estaba en Alaska —parecía avergonzado, como si estuviera admitiendo una
               gran  cobardía—.  Pasé  allí  dos  días  con  unos  viejos  conocidos,  pero  sentí  nostalgia  de  mi
               hogar.  Detestaba  saber  que  había  defraudado  a  Esme  y  a  los  demás,  mi  familia  adoptiva.
               Resultaba difícil creer que eras tan irresistible respirando el aire puro de las montañas. Me
               convencí de que había sido débil al escapar. Me había enfrentado antes a la tentación, pero no
               de aquella magnitud, no se acercaba ni por asomo, pero yo era fuerte, ¿y quién eras tú? ¡Una
               chiquilla insignificante! —de repente sonrió de oreja a oreja—. ¿Quién eras tú para echarme
               del lugar donde quería estar? De modo que regresé...
                      Miró al infinito. Yo no podía hablar.
                      —Tomé precauciones, cacé y me alimenté más de lo acostumbrado antes de volver a
               verte. Estaba decidido a ser lo bastante fuerte para tratarte como a cualquier otro humano. Fui
               muy arrogante en ese punto. Existía la incuestionable complicación de que no podía leerte los
               pensamientos para saber cuál era tu reacción hacia mí. No estaba acostumbrado a tener que
               dar tantos rodeos. Tuve que escuchar tus palabras en la mente de Jessica, que, por cierto, no
               es muy original, y resultaba un fastidio tener que detenerme ahí, sin saber si realmente querías
               decir lo que decías. Todo era extremadamente irritante.
                      Torció el gesto al recordarlo.
                      —Quise que, de ser posible, olvidaras mi conducta del primer día, por lo que intenté
               hablar contigo como con cualquier otra persona. De hecho, estaba ilusionado con la esperanza
               de descifrar algunos de tus pensamientos. Pero tú resultaste demasiado interesante, y me vi
               atrapado por tus expresiones... Y de vez en cuando alargabas la mano o movías el pelo..., y el
               aroma me aturdía otra vez.
                      »Entonces estuviste a punto de morir aplastada ante mis propios ojos. Más tarde pensé
               en una excusa excelente para justificar por qué había actuado así en ese momento, ya que tu
               sangre se hubiera derramado delante de mí de no haberte salvado y no hubiera sido capaz de
               contenerme y revelar a todos lo que éramos. Pero me inventé esa excusa más tarde. En ese
               momento, todo lo que pensé fue: «Ella, no».
                      Cerró los ojos, ensimismado en su agónica confesión. Yo le escuchaba con más deseo
               de lo racional. El sentido común me decía que debería estar aterrada. En lugar de eso, me
               sentía  aliviada  al  comprenderlo  todo  por  fin.  Y  me  sentía  llena  de  compasión  por  lo  que
               Edward había sufrido, incluso ahora, cuando había confesado el ansia de tomar mi vida.
                      Finalmente, fui capaz de hablar, aunque mi voz era débil:




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