Page 140 - Crepusculo 1
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Sonrió ante mi entonación.
                      —Sabes a qué me refiero.
                      Le sonreí.
                      —Toca —tomó mi mano y la situó sobre su mejilla—. ¿Notas qué caliente está?
                      Su piel habitualmente gélida estaba casi caliente, pero apenas lo noté, ya que estaba
               tocando su rostro, algo con lo que llevaba soñando desde el primer día que le vi.
                      —No te muevas —susurré.
                      Nadie  podía  permanecer  tan  inmóvil  como  Edward.  Cerró  los  ojos  y  se  quedó  tan
               quieto como una piedra, una estatua debajo de mi mano.
                      Me  moví  incluso  más  lentamente  que  él,  teniendo  cuidado  de  no  hacer  ningún
               movimiento inesperado. Rocé su mejilla, acaricié con delicadeza sus párpados y la sombra
               púrpura  de  las  ojeras.  Tuve  sus  labios  entreabiertos  debajo  de  mi  mano  y  sentí  su  fría
               respiración en las yemas de los dedos. Quise inclinarme para inhalar su aroma, pero dejé caer
               la mano y me alejé, sin querer llevarle demasiado lejos.
                      Abrió los ojos, y había hambre en ellos. No la suficiente para atemorizarme, pero lo
               bastante para que se me hiciera un nudo en el estómago y el pulso se me acelerara mientras la
               sangre de mis venas no cesaba de martillar.
                      —Querría —susurró—, querría que pudieras sentir la complejidad... la confusión que
               yo siento, que pudieras entenderlo.
                      Llevó la mano a mi pelo y luego recorrió mi rostro.
                      —Dímelo —musité.
                      —Dudo que sea capaz. Por una parte, ya te he hablado del hambre..., la sed, y te he
               dicho la criatura deplorable que soy y lo que siento por ti. Creo que, por extensión, lo puedes
               comprender,  aunque  —prosiguió  con  una  media  sonrisa—  probablemente  no  puedas
               identificarte por completo al no ser adicta a ninguna droga. Pero hay otros apetitos... —me
               hizo  estremecer  de  nuevo  al  tocarme  los  labios  con  sus  dedos—,  apetitos  que  ni  siquiera
               entiendo, que me son ajenos.
                      —Puede que lo entienda mejor de lo que crees.
                      —No estoy acostumbrado a tener apetitos tan humanos. ¿Siempre es así?
                      —No lo sé —me detuve—. Para mí también es la primera vez.
                      Sostuvo mis manos entre las suyas, tan débiles en su hercúlea fortaleza.
                      —No sé lo cerca que puedo estar de ti —admitió—. No sé si podré...
                      Me incliné hacia delante muy despacio, avisándole con la mirada. Apoyé la mejilla
               contra su pecho de piedra. Sólo podía oír su respiración, nada más.
                      —Esto basta.
                      Cerré los ojos y suspiré. En un gesto muy humano, me rodeó con los brazos y hundió
               el rostro en mi pelo.
                      —Se te da mejor de lo que tú mismo crees —apunté.
                      —Tengo instintos humanos. Puede que estén enterrados muy hondo, pero están ahí.
                      Permanecimos sentados durante otro periodo de tiempo inmensurable. Me preguntaba
               si le apetecería moverse tan poco como a mí, pero podía ver declinar la luz y la sombra del
               bosque comenzaba a alcanzarnos. Suspiré.
                      —Tienes que irte.
                      —Creía que no podías leer mi mente —le acusé.
                      —Cada vez resulta más fácil.
                      Noté un atisbo de humor en el tono de su voz. Me tomó por los hombros y le miré a la
               cara. En un arranque de repentino entusiasmo, me preguntó:
                      — ¿Te puedo enseñar algo?
                      — ¿El qué?






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