Page 134 - Crepusculo 1
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una velocidad de vértigo para estrellarla contra otro árbol enorme, que se agitó y tembló ante
               el golpe.
                      Y estuvo otra vez en frente de mí, a medio metro, inmóvil como una estatua.
                      — ¡Como si pudieras derrotarme! —dijo en voz baja.
                      Permanecí sentada sin moverme, temiéndolo como no lo había temido nunca. Nunca
               lo  había  visto tan  completamente  libre  de  esa  fachada  edificada  con  tanto  cuidado.  Nunca
               había sido menos humano ni más hermoso. Con el rostro ceniciento y los ojos abiertos como
               platos, estaba sentada como un pájaro atrapado por los ojos de la serpiente.
                      Un  arrebato  frenético  parecía  relucir  en  los  adorables  ojos  de  Edward.  Luego,
               conforme pasaron los segundos, se apagaron y lentamente su expresión volvió a su antigua
               máscara de dolor.
                      —No temas —murmuró con voz aterciopelada e involuntariamente seductora—. Te
               prometo... —vaciló—, te. juro que no te haré daño.
                      Parecía más preocupado de convencerse a sí mismo que a mí.
                      —No  temas  —repitió  en  un  susurro  mientras  se  acercaba  con  exagerada  lentitud.
               Serpenteó con movimientos deliberadamente lentos para sentarse hasta que nuestros rostros se
               encontraron a la misma altura, a treinta centímetros.
                      —Perdóname,  por  favor  —pidió  ceremoniosamente—.  Puedo  controlarme.  Me  has
               pillado desprevenido, pero ahora me comportaré mejor.
                      Esperó, pero yo todavía era incapaz de hablar.
                      —Hoy no tengo sed —me guiñó el ojo—. De verdad.
                      Ante eso, no me quedó otro remedio que reírme, aunque el sonido fue tembloroso y
               jadeante.
                      — ¿Estás bien? —preguntó tiernamente, extendiendo el brazo lenta y cuidadosamente
               para volver a poner su mano de mármol en la mía.
                      Miré primero su fría y lisa mano, luego, sus ojos, laxos, arrepentidos; y después, otra
               vez la mano. Entonces, pausadamente volví a seguir las líneas de su mano con las yemas de
               los dedos. Alcé la vista y sonreí con timidez.
                      —Bueno,  ¿por  dónde  íbamos  antes  de  que  me  comportara  con  tanta  rudeza?  —
               preguntó con las amables cadencias de principios del siglo pasado.
                      —La verdad es que no lo recuerdo.
                      Sonrió, pero estaba avergonzado.
                      —Creo  que  estábamos  hablando  de  por  qué  estabas  asustada,  además  del  motivo
               obvio.
                      —Ah, sí.
                      — ¿Y bien?
                      Miré  su  mano  y  recorrí  sin  rumbo  fijo  la  lisa  e  iridiscente  palma.  Los  segundos
               pasaban.
                      — ¡Con qué facilidad me frustro! —musitó.
                      Estudié sus ojos y de repente comprendí que todo aquello era casi tan nuevo para él
               como  para  mí.  A  él  también  le  resultaba  difícil  a  pesar  de  los  muchos  años  de
               inconmensurable experiencia. Ese pensamiento me infundió coraje.
                      —Tengo miedo, además de por los motivos evidentes, porque no puedo estar contigo,
               y porque me gustaría estarlo más de lo que debería.
                      Mantuve los ojos fijos en sus manos mientras decía aquello en voz baja porque me
               resultaba difícil confesarlo.
                      —Sí —admitió lentamente—, es un motivo para estar asustado, desde luego. ¡Querer
               estar conmigo! En verdad, no te conviene nada.
                      —Lo sé. Supongo que podría intentar no desearlo, pero dudo que funcionara.






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