Page 130 - Crepusculo 1
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— ¿Quieres volver a casa? —dijo con un hilo de voz. Un dolor de diferente naturaleza
al mío impregnaba su voz.
Me adelanté hasta llegar a su altura, ansiosa por no desperdiciar ni un segundo del
tiempo que pudiera estar en su compañía.
— ¿Qué va mal? —preguntó con amabilidad.
—No soy una buena senderista —le expliqué con desánimo—. Tendrás que tener
paciencia conmigo.
—Puedo ser paciente si hago un gran esfuerzo.
Me sonrió y sostuvo mi mirada en un intento de levantarme el ánimo, súbita e
inexplicablemente alicaído. Intenté devolverle la sonrisa, pero no fue convincente. Estudió mi
rostro.
—Te llevaré de vuelta a casa —prometió.
No supe determinar si la promesa se refería al final de la jornada o a una marcha
inmediata. Sabía que él creía que era el miedo lo que me turbaba, y de nuevo agradecí ser yo
la única persona a la que no le pudiera leer el pensamiento.
—Si quieres que recorra ocho kilómetros a través de la selva antes del atardecer, será
mejor que empieces a indicarme el camino —le repliqué con acritud.
Torció el gesto mientras se esforzaba por comprender mi tono y la expresión de mis
facciones. Después de unos momentos, se rindió y encabezó la marcha hacia el bosque.
No resultó tan duro como me había temido. El camino era plano la mayor parte del
tiempo y estuvo a mi lado para sostenerme al pasar por los húmedos heléchos y los mosaicos
de musgo. Cuando teníamos que sortear árboles caídos o pedruscos, me ayudaba,
levantándome por el codo y soltándome en cuanto la senda se despejaba. El toque gélido de
su piel sobre la mía hacía palpitar mi corazón invariablemente. Las dos veces en que esto
sucedió miré de reojo su rostro, estaba segura de que, no sabía cómo, él oía mis latidos.
Intenté mantener los ojos lejos de su cuerpo perfecto tanto como me fue posible, pero a
menudo no podía resistir la tentación de mirarle, y su hermosura me sumía en la tristeza.
Recorrimos en silencio la mayor parte del trayecto. De vez en cuando, Edward
formulaba una pregunta al azar, una de las que no me había hecho en los dos días anteriores
de interrogatorio. Me interrogó sobre mis cumpleaños, los profesores en la escuela primaria y
las mascotas de mi infancia... Tuve que admitir que había renunciado a ellas después de que
se murieran tres peces de forma seguida. Rompió a reír al oírlo con más fuerza de lo que me
tenía acostumbrada... De los bosques desiertos se levantó un eco similar al tañido de las
campanas.
La caminata me llevó la mayor parte de la mañana, pero él no mostró signo alguno de
impaciencia. El bosque se extendía a nuestro alrededor en un interminable laberinto de viejos
árboles, y la idea de que no encontráramos la salida comenzó a ponerme nerviosa. Edward se
encontraba muy a gusto y cómodo en aquel dédalo de color verde, y nunca pareció dudar
sobre qué dirección tomar.
Después de varias horas, la luz pasó de un tenebroso tono oliváceo a otro jade más
brillante al filtrarse a través del dosel de ramas. El día se había vuelto soleado, tal y como él
había predicho. Comencé a sentir un estremecimiento de entusiasmo por primera vez desde
que entré en el bosque, sensación que rápidamente se convirtió en impaciencia.
— ¿Aún no hemos llegado? —le pinché, fingiendo fruncir el ceño.
—Casi —sonrió ante el cambio de mi estado de ánimo—. ¿Ves ese fulgor de ahí
delante?
—Humm —miré atentamente a través del denso follaje del bosque—. ¿Debería verlo?
Esbozó una sonrisa burlona.
—Puede que sea un poco pronto para tus ojos.
—Tendré que pedir hora para visitar al oculista —murmuré.
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