Page 127 - Crepusculo 1
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—No, papá, no cambies de planes. Tengo un millón de cosas que hacer: los deberes, la
colada, necesito ir a la biblioteca y al supermercado. Estaré entrando y saliendo todo el día.
Ve y diviértete.
— ¿Estás segura?
—Totalmente, papá. Además, el nivel de pescado del congelador está bajando
peligrosamente... Hemos descendido hasta tener reservas sólo para dos o tres años.
Me sonrió.
—Resulta muy fácil vivir contigo, Bella.
—Podría decir lo mismo de ti —contesté entre risas demasiado apagadas, pero no
pareció notarlo. Me sentí culpable por hacerle creer aquello, y estuve a punto de seguir el
consejo de Edward y decirle dónde iba a estar. A punto.
Después de la cena, doblé la ropa y puse otra colada en la secadora. Por desgracia, era la
clase de trabajo que sólo mantiene ocupadas las manos y mi mente tuvo demasiado tiempo
libre, sin duda, y debido a eso perdí el control. Fluctuaba entre una ilusión tan intensa que se
acercaba al dolor y un miedo insidioso que minaba mi resolución. Tuve que seguir
recordándome que ya había elegido y que no había vuelta atrás. Saqué del bolsillo la nota de
Edward dedicando mucho más esfuerzo del necesario para embeberme con las dos simples
palabras que había escrito. El quería que estuviera a salvo, me dije una y otra vez. Sólo podía
aferrarme a la confianza de que al fin ese deseo prevaleciera sobre los demás. ¿Qué otra
alternativa tenía? ¿Apartarle de mi vida? Intolerable. Además, en realidad, parecía que toda
mi vida girase en torno a él desde que vine a Forks.
Una vocecita preocupada en el fondo de mi mente se preguntaba cuánto dolería en el
caso de que las cosas terminaran mal.
Me sentí aliviada cuando se hizo lo bastante tarde para acostarme. Sabía de sobra que
estaba demasiado estresada para dormir, por lo que hice algo que nunca había hecho antes:
tomar sin necesidad y de forma consciente una medicina para el resfriado, de esas que me
dejaban grogui durante unas ocho horas. Normalmente no hubiera justificado esa clase de
comportamiento en mí misma, pero el día siguiente ya iba a ser bastante complicado como
para añadirle que estuviera atolondrada por no haber pegado ojo. Me sequé el pelo hasta que
estuvo totalmente liso y me ocupé de la ropa que llevaría al día siguiente mientras aguardaba
a que hiciera efecto el fármaco.
Una vez que lo tuve todo listo para el día siguiente, me tendí al fin en la cama. Estaba
agitada, sin poder parar de dar vueltas. Me levanté y revolví la caja de zapatos con los CD
hasta encontrar una recopilación de los nocturnos de Chopin. Lo puse a un volumen muy bajo
y volví a tumbarme, concentrándome en ir relajando cada parte de mi cuerpo. En algún
momento de ese ejercicio, hicieron efecto las pastillas contra el resfriado y, por suerte, me
quedé dormida.
Me desperté a primera hora después de haber dormido a pierna suelta y sin pesadillas
gracias al innecesario uso de los fármacos. Aun así, salté de la cama con el mismo frenesí de
la noche anterior. Me vestí rápidamente, me ajusté el cuello alrededor de la garganta y seguí
forcejeando con el suéter de color canela hasta colocarlo por encima de los vaqueros. Con
disimulo, eché un rápido vistazo por la ventana para verificar que Charlie se había marchado
ya. Una fina y algodonosa capa de nubes cubría el cielo, pero no parecía que fuera a durar
mucho. Desayuné sin saborear lo que comía y me apresuré a fregar los platos en cuanto hube
terminado. Volví a echar un vistazo por la ventana, pero no se había producido cambio
alguno. Apenas había terminado de cepillarme los dientes y me disponía a bajar las escaleras
cuando una sigilosa llamada de nudillos provocó un sordo golpeteo de mi corazón contra las
costillas.
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