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y me comprometí a llevarla a cabo hasta el final, porque para mí no había nada más terrible e
               insoportable que la idea de separarme de él. Me resultaba imposible.
                     Resignada, me dirigí a clase. Para ser sincera, no sé qué sucedió en Biología, estaba
               demasiado preocupada con los pensamientos de lo que sucedería al día siguiente. En la clase
               de gimnasia, Mike volvía a dirigirme la palabra otra vez. Me deseó que tuviera buen tiempo
               en Seattle. Le expliqué con detalle que, preocupada por el coche, había cancelado mi viaje.
                     — ¿Vas a ir al baile con Cullen? —preguntó, repentinamente mohíno.
                     —No, no voy a ir con nadie.
                     —Entonces, ¿qué vas a hacer? —inquirió con demasiado interés.
                     Mi reacción instintiva fue decirle que dejara de entrometerse, pero en lugar de eso le
               mentí alegremente.
                     —La colada, y he de estudiar para el examen de Trigonometría o voy a suspender.
                     — ¿Te está ayudando Cullen con los estudios?
                     —Edward —enfaticé— no me va ayudar con los estudios. Se va a no sé dónde durante
               el fin de semana.
                     Noté con sorpresa que las mentiras me salían con mayor naturalidad que de costumbre.
                     —Ah —se animó—. Ya sabes, de todos modos, puedes venir al baile con nuestro grupo.
               Estaría bien. Todos bailaríamos contigo —prometió.
                     La imagen mental del rostro de Jessica hizo que el tono de mi voz fuera más cortante de
               lo necesario.
                     —Mike, no voy a ir al baile, ¿de acuerdo?
                     —Vale —se enfurruñó otra vez—. Sólo era una oferta.
                     Cuando al fin terminaron las clases, me dirigí al aparcamiento sin entusiasmo. No me
               apetecía especialmente ir a casa a pie, pero no veía la forma de recuperar el monovolumen.
               Entonces, comencé a creer una vez más que no había nada imposible para él.  Este último
               instinto demostró ser correcto: mi coche estaba en la misma plaza en la que él había aparcado
               el  Volvo  por  la  mañana.  Incrédula,  sacudí  la  cabeza  mientras  abría  la  puerta  —no  estaba
               echado el pestillo— y vi las llaves en el bombín de la puesta en marcha.
                     Había un pedazo de papel blanco doblado sobre mi asiento. Lo tomé y cerré la puerta
               antes de desdoblarlo. Había escrito dos palabras con su elegante letra: «Sé prudente».
                     El sonido del motor al arrancar me asustó. Me reí de mí misma.
                     El pomo de la puerta estaba cerrado y el pestillo sin echar, tal y como se había quedado
               por  la  mañana.  Una  vez  dentro,  me  fui  directa  al  lavadero.  Parecía  que  todo  seguía  igual.
               Hurgué entre la ropa en busca de mis vaqueros y revisé los bolsillos una vez que los hube
               encontrado. Vacíos. Quizás las hubiera dejado colgando dentro del coche, pensé sacudiendo la
               cabeza.
                     Siguiendo el mismo instinto que me había movido a mentir a Mike, telefoneé a Jessica
               so pretexto de desearle suerte en el baile. Cuando ella me deseó lo mismo para mi día con
               Edward, le hablé de la cancelación. Parecía más desencantada de lo realmente necesario para
               ser una observadora imparcial. Después de eso, me despedí rápidamente.
                     Charlie estuvo distraído durante la cena, supuse que le preocupaba algo relacionado con
               el trabajo, o tal vez con el partido de baloncesto, o puede que le hubiera gustado de verdad la
               lasaña. Con Charlie, era difícil saberlo.
                     — ¿Sabes, papá? —comencé, interrumpiendo su meditación.
                     — ¿Qué pasa, Bella?
                     —Creo que tienes razón en lo del viaje a Seattle. Me parece que voy a esperar hasta que
               Jessica o algún otro me puedan acompañar.
                     —Ah —dijo sorprendido—. De acuerdo. Bueno, ¿quieres que me quede en casa?







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