Page 129 - Crepusculo 1
P. 129
Avanzamos en silencio durante un buen rato mientras yo sentía pavor ante la
perspectiva de nuestra llegada.
— ¿En qué piensas? —preguntó con impaciencia.
—Sólo me preguntaba adonde nos dirigimos —volví a mentirle.
—Es un lugar al que me gusta mucho ir cuando hace buen tiempo.
Luego, ambos nos pusimos a mirar por las ventanillas a las nubes, que comenzaban a
diluirse en el firmamento.
—Charlie dijo que hoy haría buen tiempo.
— ¿Le dijiste lo que te proponías?
—No.
—Pero Jessica cree que vamos a Seattle juntos... —la idea parecía de su agrado—. —
¿No?
—No, le dije que habías suspendido el viaje... cosa que es cierta.
— ¿Nadie sabe que estás conmigo? —inquirió, ahora con enfado.
—Eso depende... ¿He de suponer que se lo has contado a Alice?
—Eso es de mucha ayuda, Bella —dijo bruscamente.
Fingí no haberle oído, pero volvió a la carga y preguntó:
— ¿Te deprime tanto Forks que estás preparando tu suicidio?
—Dijiste que un exceso de publicidad sobre nosotros podría ocasionarte problemas —le
recordé.
— ¿Y a ti te preocupan mis posibles problemas? —El tono de su voz era de enfado y
amargo sarcasmo—. ¿Y si no regresas?
Negué con la cabeza sin apartar la vista de la carretera. Murmuró algo en voz baja, pero
habló tan deprisa que no le comprendí.
Nos mantuvimos en silencio el resto del trayecto en el coche. Noté que en su interior se
alzaban oleadas de rabiosa desaprobación, pero no se me ocurría nada que decir.
Entonces se terminó la carretera, que se redujo hasta convertirse en una senda de menos
de medio metro de ancho jalonada de pequeños indicadores de madera. Aparqué sobre el
estrecho arcén y salí sin atreverme a fijar mi vista en él puesto que se había enfadado
conmigo, y tampoco tenía ninguna excusa para mirarle. Hacía calor, mucho más del que había
hecho en Forks desde el día de mi llegada, y a causa de las nubes hacía casi bochorno. Me
quité el suéter y lo anudé en torno a mi cintura, contenta de haberme puesto una camiseta
liviana y sin mangas, sobre todo si me esperaban ocho kilómetros a pie.
Le oí dar un portazo y pude comprobar que también él se había desprendido del suéter.
Permanecía cerca del coche, de espaldas a mí, encarándose con el bosque primigenio.
—Por aquí —indicó, girando la cabeza y con expresión aún molesta. Comenzó a
adentrarse en el sombrío bosque.
— ¿Y la senda?
El pánico se manifestó en mi voz mientras rodeaba el vehículo para darle alcance.
—Dije que al final de la carretera había un sendero, no que lo fuéramos a seguir.
— ¡¿No iremos por la senda?! —pregunté con desesperación.
—No voy a dejar que te pierdas.
Se dio la vuelta al hablar, sonriendo con mofa, y contuve un gemido. Llevaba
desabotonada la camiseta blanca sin mangas, por lo que la suave superficie de su piel se veía
desde el cuello hasta los marmóreos contornos de su pecho, sin que su perfecta musculatura
quedara oculta debajo de la ropa. La desesperación me hirió en lo más hondo al comprender
que era demasiado perfecto. No había manera de que aquella criatura celestial estuviera hecha
para mí.
Desconcertado por mi expresión torturada, Edward me miró fijamente.
— 129 —