Page 148 - Crepusculo 1
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—Esa parte está emergiendo a la superficie, no cabe duda.
                      Caminó detrás de mí en la noche cerrada con tal sigilo que debía mirarlo a hurtadillas
               para asegurarme de que continuaba ahí. Desentonaba menos en la oscuridad. Seguía pálido y
               tan hermoso como un sueño, pero ya no era la fantástica criatura centelleante de nuestra tarde
               al sol.
                      Se me adelantó y me abrió la puerta. Me detuve en medio del umbral.
                      — ¿Estaba abierta?
                      —No, he usado la llave de debajo del alero.
                      Entré, encendí las luces del porche y lo miré enarcando las cejas. Estaba segura de no
               haber usado nunca esa llave delante de él.
                      —Sentía curiosidad por ti.
                      — ¿Me has espiado?
                      Sin saber por qué, no pude infundir a mi voz el adecuado tono de ultraje. Me sentía
               halagada y él no parecía arrepentido.
                      — ¿Qué otra cosa iba a hacer de noche?
                      Lo dejé correr por el  momento  y pasé del  vestíbulo  a la cocina. Ahí seguía,  a mis
               espaldas, sin  necesitar que lo  guiara. Se sentó  en la misma silla en la que había intentado
               imaginármelo.  Su  belleza  iluminó  la  cocina.  Transcurrieron  unos  instantes  antes  de  que
               pudiera apartar los ojos de él.
                      Me concentré en prepararme la cena, tomando del  frigorífico la lasaña  de la noche
               anterior, poniendo una parte sobre un plato y calentándola en el microondas. Este empezó a
               girar, llenando la cocina de olor a tomate y orégano. No aparté los ojos de la comida mientras
               decía con indiferencia:
                      — ¿Con cuánta frecuencia?
                      — ¿Eh?
                      Parecía haberle cortado algún otro hilo de su pensamiento. Seguí sin girarme.
                      — ¿Con qué frecuencia has venido aquí?
                      —Casi todas las noches.
                      Aturdida, me di la vuelta.
                      — ¿Por qué?
                      —Eres  interesante  cuando  duermes  —explicó  con  total  naturalidad—.  Hablas  en
               sueños.
                      — ¡No! —exclamé sofocada mientras una oleada de calor recorría todo mi rostro hasta
               llegar al cabello. Me agarré a la encimera de la cocina para sostenerme. Sabía que hablaba en
               sueños, por supuesto, mi madre siempre bromeaba al respecto, pero no había creído que fuera
               algo de lo que tuviera que preocuparme.
                      Su expresión pasó a ser de disgusto inmediatamente.
                      — ¿Estás muy enfadada conmigo?
                      — ¡Eso depende! —me senté, parecía como si me hubiera quedado sin aire.
                      Esperó y luego me urgió:
                      — ¿De qué?
                      — ¡De lo que hayas escuchado! —gemí.
                      Un  momento  después,  sin  hacer  ruido,  estaba  a  mi  lado  para  tomarme  las  manos
               delicadamente entre las suyas.
                      — ¡No te disgustes! —suplicó.
                      Agachó el rostro hasta el nivel de mis ojos y sostuvo mi mirada. Estaba avergonzada,
               por lo que intenté apartarla.
                      —Echas de menos a tu madre —susurró—. Te preocupas por ella, y cuando llueve, el
               sonido hace que te revuelvas inquieta. Solías hablar mucho de Phoenix, pero ahora lo haces
               con menos frecuencia. En una ocasión dijiste: «Todo es demasiado verde».




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