Page 151 - Crepusculo 1
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Me indicó con un gesto de la mano que procediera.
—No te muevas —le dije, intentando parecer severa.
—Sí, señorita.
Y me hizo una demostración de cómo convertirse en una estatua sobre el borde de mi
cama.
Me incorporé de un salto, recogí mi pijama del suelo y mi neceser de aseo del
escritorio. Dejé la luz apagada y me deslicé fuera, cerrando la puerta al salir.
Oí subir por las escaleras el sonido del televisor. Cerré con fuerza la puerta del baño
para que Charlie no subiera a molestarme.
Tenía la intención de apresurarme. Me cepillé los dientes casi con violencia en un
intento de ser minuciosa y rápida a la hora de eliminar todos los restos de lasaña. Pero no
podía urgir al agua caliente de la ducha, que me relajó los músculos de la espalda y me calmó
el pulso. El olor familiar de mi champú me hizo sentirme la misma persona de esta mañana.
Intenté no pensar en Edward, que me esperaba sentado en mi habitación, porque entonces
tendría que empezar otra vez con todo el proceso de relajamiento. Al final, no pude dilatarlo
más. Cerré el grifo del agua y me sequé con la toalla apresuradamente, acelerándome otra vez.
Me puse el pijama: una camiseta llena de agujeros y un pantalón gris de chándal. Era
demasiado tarde para arrepentirse de no haber traído conmigo el pijama de seda Victorias
Secret que, dos años atrás, me regaló mi madre para mi cumpleaños, y que aún se encontraría
en algún cajón en la casa de Phoenix con la etiqueta del precio puesta.
Volví a frotarme el pelo con la toalla y luego me pasé el cepillo a toda prisa. Arrojé la
toalla a la cesta de la ropa sucia y lancé el cepillo y la pasta de dientes al neceser. Bajé
escopetada las escaleras para que Charlie pudiera verme en pijama y con el pelo mojado.
—Buenas noches, papá.
—Buenas noches, Bella.
Pareció sorprendido de verme. Tal vez hubiera desechado la idea de asegurarse de que
estaba en casa esta noche.
Subí las escaleras de dos en dos, intentando no hacer ruido, entré zumbando en mi
habitación, y me aseguré de cerrar bien la puerta detrás de mí.
Edward no se había movido ni un milímetro, parecía la estatua de Adonis encaramada
a mi descolorido edredón. Sus labios se curvaron cuando sonreí, y la estatua cobró vida.
Me evaluó con la mirada, tomando nota del pelo húmedo y la zarrapastrosa camiseta.
Enarcó una ceja.
—Bonita ropa.
Le dediqué una mueca.
—No, te sienta bien.
—Gracias —susurré.
Regresé a su lado y me senté con las piernas cruzadas. Miré las líneas del suelo de
madera.
— ¿A qué venía todo eso?
—Charlie cree que me voy a escapar a hurtadillas.
—Ah —lo consideró—. ¿Por qué? —preguntó como si fuera incapaz de comprender
la mente de Charlie con la claridad que yo le suponía.
—Al parecer, me ve un poco acalorada.
Me levantó el mentón para examinar mi rostro.
—De hecho, pareces bastante sofocada.
—Huram... —musité.
Resultaba muy difícil formular una pregunta coherente mientras me acariciaba.
Comenzar me llevó un minuto de concentración.
—Parece que te resulta mucho más fácil estar cerca de mí.
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