Page 149 - Crepusculo 1
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Se rió con suavidad, a la espera, y pude ver que era para no ofenderme aún más.
— ¿Alguna otra cosa? ——exigí saber.
Supuso lo que yo quería descubrir y admitió:
—Pronunciaste mi nombre.
Frustrada, suspiré.
— ¿Mucho?
—Exactamente, ¿cuántas veces entiendes por «mucho»?
—Oh, no.
Bajé la cabeza, pero él la atrajo contra su pecho con suave naturalidad.
—No te acomplejes —me susurró al oído——. Si pudiera soñar, sería contigo. Y no
me avergonzaría de ello.
En ese momento, ambos oímos el sonido de unas llantas sobre los ladrillos del camino
de entrada a la casa y vimos las luces—delanteras que nos llegaban desde el vestíbulo a través
de las ventanas frontales. Me envaré en sus brazos.
— ¿Debería saber tu padre que estoy aquí? —preguntó.
—Yo... —intenté pensar con rapidez—. No estoy segura...
—En otra ocasión, entonces.
Y me quedé sola.
— ¡Edward! —le llamé, intentando no gritar.
Escuché una risita espectral y luego, nada más.
Mi padre hizo girar la llave de la puerta.
— ¿Bella? —me llamó. Eso me hubiera molestado antes. ¿Quién más podía haber? De
repente, Charlie me parecía totalmente fuera de lugar.
—Estoy aquí.
Esperaba que no apreciara la nota histérica de mi voz. Tomé mi cena del microondas y
me senté a la mesa mientras él entraba. Después de pasar el día con Edward, sus pasos
parecían estrepitosos.
— ¿Me puedes preparar un poco de eso? Estoy hecho polvo.
Charlie se detuvo para quitarse las botas, apoyándose sobre el respaldo de la silla para
ayudarse.
Puse mi cena en mi sitio para zampármela en cuanto le hubiera preparado la suya. Me
escocía la lengua. Mientras se calentaba la lasaña de Charlie, llené dos vasos de leche y bebí
un trago del mío para mitigar la quemazón. Advertí que me temblaba el pulso cuando vi que
la leche se agitaba al dejar el vaso. Mi padre se sentó en la silla. El contraste entre él y su
antiguo ocupante resultaba cómico.
—Gracias —dijo mientras le servía la comida en la mesa.
— ¿Qué tal te ha ido el día? —pregunté con precipitación. Me moría de ganas de
escaparme a mi habitación.
—Bien. Los peces picaron... ¿Qué tal tú? ¿Hiciste todo lo que querías hacer?
—En realidad, no —mordí otro gran pedazo de lasaña—. Se estaba demasiado bien
fuera como para quedarse en casa.
—Ha sido un gran día —coincidió.
Eso es quedarse corto, pensé en mi fuero interno.
Di buena cuenta del último trozo de lasaña, alcé el vaso y me bebí de un trago lo que
quedaba de leche. Charlie me sorprendió al ser tan observador cuando preguntó:
— ¿Tienes prisa?
—Sí, estoy cansada. Me voy a acostar pronto.
—Pareces nerviosa —comentó.
¡Ay! ¿Por qué? ¿Por qué ha tenido que ser justamente esta noche la que ha elegido
para fijarse en mí?
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