Page 150 - Crepusculo 1
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— ¿De verdad? —fue todo lo que conseguí contestar.
Fregué rápidamente los platos en la pila y para que se secaran los puse bocabajo sobre
un trapo de cocina.
—Es sábado —musitó.
No le respondí, pero de repente preguntó:
— ¿No tienes planes para esta noche?
—No, papá, sólo quiero dormir un poco.
—Ninguno de los chicos del pueblo es tu tipo, ¿verdad?
Charlie recelaba, pero intentaba actuar con frialdad.
—No. Ningún chico me ha llamado aún la atención.
Me cuidé mucho de enfatizar la palabra chico, sin dejarme llevar por mi deseo de ser
sincera con Charlie.
—Pensé que tal vez el tal Mike Newton... Dijiste que era simpático.
—Sólo es un amigo, papá.
—Bueno, de todos modos, eres demasiado buena para todos ellos. Aguarda a que estés
en la universidad para empezar a mirar.
El sueño de cada padre es que su hija esté ya fuera de casa antes de que se le disparen
las hormonas.
—Me parece una buena idea —admití mientras me dirigía escaleras arriba.
—Buenas noches, cielo —se despidió. Sin duda, iba a estar con el oído atento toda la
noche, a la espera de atraparme intentando salir a hurtadillas.
—Te veo mañana, papá.
Te veo esta noche cuando te deslices a medianoche para comprobar si sigo ahí.
Me esforcé en que el ruido de mis pasos pareciera lento y cansado cuando subí las
escaleras hacia mi dormitorio. Cerré la puerta con la suficiente fuerza para que mi padre lo
oyera y luego me precipité hacia la ventana andando de puntillas. La abrí de un tirón y me
asomé, escrutando las oscuras e impenetrables sombras de los árboles.
— ¿Edward? —susurré, sintiéndome completamente idiota.
La tranquila risa de respuesta procedía de detrás de mí.
— ¿Sí?
Me giré bruscamente al tiempo que, como reacción a la sorpresa, me llevaba una mano
a la garganta.
Sonriendo de oreja a oreja, yacía tendido en mi cama con las manos detrás de la nuca
y los pies colgando por el otro extremo. Era la viva imagen de la despreocupación.
— ¡Oh! —musité insegura, sintiendo que me desplomaba sobre el suelo.
—Lo siento.
Frunció los labios en un intento de ocultar su regocijo.
—Dame un minuto para que me vuelva a latir el corazón.
Se incorporó despacio para no asustarme de nuevo. Luego, ya sentado, se inclinó hacia
delante y extendió sus largos brazos para recogerme, sujetándome por los brazos como a un
niño pequeño que empieza a andar. Me sentó en la cama junto a él.
— ¿Por qué no te sientas conmigo? —sugirió, poniendo su fría mano sobre la mía—.
¿Cómo va el corazón?
—Dímelo tú... Estoy segura de que lo escuchas mejor que yo.
Noté que su risa sofocada sacudía la cama.
Nos sentamos ahí durante un momento, escuchando ambos los lentos latidos de mi
corazón. Se me ocurrió pensar en el hecho de tener a Edward en mi habitación estando mi
padre en casa.
— ¿Me concedes un minuto para ser humana?
—Desde luego.
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