Page 199 - Crepusculo 1
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DESPEDIDAS
Charlie me esperaba levantado y con todas las luces de la casa encendidas. Me quedé
con la mente en blanco mientras pensaba en algo para que me dejara marcharme. No iba a
resultar agradable.
Edward aparcó despacio junto al bordillo, a bastante distancia detrás de mi automóvil.
Los tres estaban sumamente alertas, sentados muy erguidos en sus asientos; escuchaban cada
sonido del bosque, escrutaban cada sombra, captaban cada olor, todo en busca de cualquier
cosa que estuviera fuera de lugar. El motor se paró y me quedé sentada, inmóvil, mientras
continuaban a la escucha.
—No está aquí —anunció Edward muy tenso—. Vamos.
Emmett se inclinó para ayudarme a salir del arnés.
—No te preocupes, Bella —susurró con jovialidad—. Solucionaremos las cosas lo antes
posible.
Sentí que se me humedecían los ojos mientras miraba a Emmett. Apenas le conocía y,
sin embargo, me angustiaba el hecho de no saber si lo volvería a ver después de esta noche.
Esto, sin duda, era un aperitivo de las despedidas a las que debería sobrevivir durante la
próxima hora, y ese pensamiento hizo que se desbordaran las lágrimas de mis ojos.
—Alice, Emmett —espetó Edward con autoridad. Ambos se deslizaron en la oscuridad
en el más completo silencio y desaparecieron de inmediato. Edward me abrió la puerta y me
tomó de la mano, amparándome en su abrazo protector. Me acompañó rápidamente hacia la
casa sin dejar de escrutar la noche.
—Quince minutos —me advirtió en voz baja.
—Puedo hacerlo —inhalé. Las lágrimas me habían inspirado.
Me detuve delante del porche y tomé su rostro entre las manos, mirándole con ferocidad
a los ojos.
—Te quiero —le dije con voz baja e intensa—, siempre te amaré, no importa lo que
pase ahora.
—No te va a pasar nada, Bella —me respondió con igual ferocidad.
—Sólo te pido que sigas el plan, ¿vale? Mantén a Charlie a salvo por mí. No le voy a
caer muy bien después de esto, y quiero tener la oportunidad de disculparme en otro
momento.
—Entra, Bella, tenemos prisa —me urgió.
—Una cosa más —susurré apasionadamente—. No hagas caso a nada de lo que me
oigas decir ahora.
Edward estaba inclinado, por lo que sólo tuve que ponerme de puntillas para besar sus
labios fríos, desprevenidos, con toda la fuerza de la que fui capaz. Entonces, rápidamente me
di la vuelta y abrí la puerta de una patada.
— ¡Vete, Edward! —le grité.
Eché a correr hacia el interior de la casa después de cerrarle la puerta de golpe en la
cara, aún atónita.
— ¿Bella?
Charlie deambulaba de aquí para allá en el cuarto de estar, por lo que ya estaba de pie
cuando entré.
— ¡Déjame en paz! —le chillé entre lágrimas, que caían ahora implacablemente.
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