Page 207 - Crepusculo 1
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IMPACIENCIA




                     Me  desperté  confusa.  Mis  pensamientos  eran  inconexos  y  se  perdían  en  sueños  y
               pesadillas. Me llevó más tiempo de lo habitual darme cuenta de dónde me hallaba.
                     La habitación era demasiado impersonal para pertenecer a ningún otro sitio que no fuera
               un hotel. Las lamparitas, atornilladas a las mesillas de noche, eran baratas, de saldo, lo mismo
               que las acuarelas de las paredes y las cortinas, hechas del mismo material que la colcha, que
               colgaban hasta el suelo.
                     Intenté recordar cómo había llegado allí, sin conseguirlo al principio.
                     Luego, me acordé del elegante coche negro con los cristales de las ventanillas aún más
               oscuros que los de las limusinas. Apenas si se oyó el motor, a pesar de que durante la noche
               habíamos corrido al doble del límite de la velocidad permitida por la autovía.
                     También recordaba a Alice, sentada junto a mí en el asiento trasero de cuero negro. En
               algún momento de la larga noche reposé la cabeza sobre su cuello de granito. Mi cercanía no
               pareció alterarla en absoluto y su piel dura y fría me resultó extrañamente cómoda. La parte
               delantera de su fina camiseta de algodón estaba fría y húmeda a causa de las lágrimas vertidas
               hasta que mis ojos, rojos e hinchados, se quedaron secos.
                     Me  había  desvelado  y  permanecí  con  los  doloridos  ojos  abiertos,  incluso  cuando  la
               noche  terminó  al  fin  y  amaneció  detrás  de  un  pico  de  escasa  altura  en  algún  lugar  de
               California. Haces  de  luz gris poblaron el  cielo despejado, hiriéndome en los  ojos, pero no
               podía cerrarlos, ya que en cuanto lo hacía, se me aparecían las imágenes demasiado vividas,
               como diapositivas proyectadas desde detrás de los párpados; y eso me resultaba insoportable.
               La expresión desolada de Charlie, el brutal rugido de Edward al exhibir los dientes, la mirada
               resentida de Rosalie, el experto escrutinio del rastreador, la mirada apagada de los ojos de
               Edward después de besarme por última vez... No soportaba esos recuerdos, por lo que luché
               contra la fatiga mientras el sol se alzaba en el horizonte.
                     Me mantenía despierta cuando atravesamos un ancho paso montañoso  y el astro rey,
               ahora a nuestras espaldas, se reflejó en los techos de teja del Valle del Sol. Ya no me quedaba
               la suficiente sensibilidad para sorprenderme de que hubiéramos efectuado un viaje de tres días
               en  uno  solo.  Miré  inexpresivamente  la  llanura  amplia  y  plana  que  se  extendía  ante  mí.
               Phoenix, las palmeras, los arbustos de creosota, las líneas caprichosas de las autopistas que se
               entrecruzaban,  las  franjas  verdes  de  los  campos  de  golf  y  los  manchones  turquesas  de  las
               piscinas, todo cubierto por una fina capa de polución que envolvía las sierras chatas y rocosas,
               sin la altura suficiente para llamarlas montañas.
                     Las sombras de las palmeras se inclinaban sobre la autopista interestatal, definidas  y
               claramente delineadas, aunque menos intensas de lo habitual. Nada podía esconderse en esas
               sombras. La calzada, brillante y sin tráfico, incluso parecía agradable. Pero no sentí ningún
               alivio, ninguna sensación de bienvenida.
                     — ¿Cuál es el camino al aeropuerto, Bella? —preguntó Jasper y se sobresaltó, aunque
               su voz era bastante suave  y tranquilizadora. Fue el  primer sonido, aparte del  ronroneo del
               coche, que rompió el largo silencio de la noche.
                     —No te salgas de la I—10 —contesté automáticamente—. Pasaremos justo al lado.
                     El no haber podido dormir me nublaba la mente y me costaba pensar.




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