Page 222 - Crepusculo 1
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Me preparé metódicamente, concentrándome en cada una de las pequeñas tareas. Me
               solté el pelo, extendiéndolo a mí alrededor, para que me cubriera el rostro. El pacífico estado
               de  ánimo  en  que  Jasper  me  había  sumido  cumplió  su  cometido  y  me  ayudó  a  pensar  con
               claridad y a planear. Rebusqué en mi petate hasta encontrar el calcetín lleno de dinero y lo
               vacié en mi monedero.
                     Ardía en ganas de llegar al aeropuerto y estaba de buen humor cuando nos marchamos a
               eso de las siete de la mañana. En esta ocasión, me senté sola en el asiento trasero mientras que
               Alice reclinaba la espalda contra la puerta, con el rostro frente a Jasper, aunque cada pocos
               segundos me lanzaba miradas desde detrás de sus gafas de sol.
                     — ¿Alice? —pregunté con indiferencia.
                     — ¿Sí? —contestó con prevención.
                     —  ¿Cómo  funcionan  tus  visiones?  —miré  por  la  ventanilla  lateral  y  mi  voz  sonó
               aburrida—. Edward me dijo que no eran definitivas, que las cosas podían cambiar.
                     El  pronunciar  el  nombre  de  Edward  me  resultó  más  difícil  de  lo  esperado,  y  esa
               sensación debió alertar a Jasper, ya que poco después una fresca ola de serenidad inundó el
               vehículo.
                     —Sí, las cosas pueden cambiar... —murmuró, supongo que de forma esperanzada—.
               Algunas visiones se aproximan a la verdad más que otras, como la predicción metereológica.
               Resulta más difícil con los hombres. Sólo veo el curso que van a tomar las cosas cuando están
               sucediendo.  El  futuro  cambia  por  completo  una  vez  que  cambian  la  decisión  tomada  o
               efectúan otra nueva, por pequeña que sea.
                     Asentí con gesto pensativo.
                     —Por eso no pudiste ver a James en Phoenix hasta que no decidió venir aquí.
                     —Sí —admitió, mostrándose todavía cautelosa.
                     Y tampoco me había visto en la habitación de los espejos con James hasta que no accedí
               a reunirme con él. Intenté no pensar en qué otras cosas podría haber visto, ya que no quería
               que el pánico hiciera recelar aún más a Jasper. De todos modos, los dos iban a redoblar la
               atención con la que me vigilaban a raíz de la visión de Alice. La situación se estaba volviendo
               imposible.
                     La suerte se puso de mi parte cuando llegamos  al aeropuerto, o tal vez sólo era que
               habían mejorado mis probabilidades. El avión de Edward iba a aterrizar en la terminal cuatro,
               la más grande de todas, pero tampoco era extraño que fuera así,  ya que allí aterrizaban la
               mayor parte de los vuelos. Sin duda, era la terminal que más me convenía —la más grande y
               la que ofrecía mayor confusión—, y en el nivel tres había una puerta que posiblemente sería
               mi única oportunidad.
                     Aparcamos en el cuarto piso del enorme garaje. Fui yo quien los guié, ya que, por una
               vez, conocía el entorno mejor que ellos. Tomamos el ascensor para descender al nivel tres,
               donde bajaban los pasajeros. Alice y Jasper se entretuvieron mucho rato estudiando el panel
               de salida de los vuelos. Los escuchaba discutiendo las ventajas e inconvenientes de Nueva
               York, Chicago, Atlanta, lugares que nunca había visto, y que, probablemente, nunca vería.
                     Esperaba mi oportunidad con impaciencia, incapaz de evitar que mi pie zapateara en el
               suelo. Nos sentamos en una de las largas filas de sillas cerca de los detectores de metales.
               Jasper y Alice fingían observar a la gente, pero en realidad, sólo me observaban a mí. Ambos
               seguían de reojo todos y cada uno de mis movimientos en la silla. Me sentía desesperanzada.
               ¿Podría arriesgarme a correr? ¿Se atreverían a impedir que me escapara en un lugar público
               como éste? ¿O simplemente me seguirían?
                     Saqué del bolso el sobre sin destinatario y lo coloqué encima del bolso negro de piel
               que llevaba Alice; ésta me miró sorprendida.
                     —Mi carta —le expliqué.






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