Page 230 - Crepusculo 1
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EL ANGEL
Mientras iba a la deriva, soñé.
En el lugar donde flotaba, debajo de las aguas negras, oí el sonido más feliz que mi
mente podía conjurar, el más hermoso, el único que podía elevarme el espíritu y a la vez, el
más espantoso. Era otro gruñido, un rugido salvaje y profundo, impregnado de la más terrible
ira.
El dolor agudo que traspasaba mi mano alzada me trajo de vuelta, casi hasta la
superficie, pero no era un camino de regreso lo bastante amplio para que me permitiera abrir
los ojos.
Entonces, supe que estaba muerta...
... porque oí la voz de un ángel pronunciando mi nombre a través del agua densa,
llamándome al único cielo que yo anhelaba.
— ¡Oh no, Bella, no! —gritó la voz horrorizada del ángel.
Se produjo un ruido, un terrible tumulto que me asustó detrás de aquel sonido anhelado.
Un gruñido grave y despiadado, un sonido seco, espantoso y un lamento lleno de agonía, que
repentinamente se quebró...
Yo en cambio decidí concentrarme en la voz del ángel.
— ¡Bella, por favor! ¡Bella, escúchame; por favor, por favor, Bella, por favor! —
suplicaba.
Sí, quise responderle. Quería decirle algo, cualquier cosa, pero no encontraba los labios.
— ¡Carlisle! —Llamó el ángel con su voz perfecta cargada de angustia—. ¡Bella, Bella,
no, oh, no, por favor, no, no!
El ángel empezó a sollozar sin lágrimas, roto de dolor.
Un ángel no debería llorar, eso no está bien. Intenté ponerme en contacto con él, decirle
que todo iba a salir bien, pero las aguas eran tan profundas que me aprisionaban y no podía
respirar.
Sentí un punto de dolor taladrarme la cabeza. Dolía mucho, pero entonces, mientras ese
dolor irrumpía a través de la oscuridad para llegar hasta mí, acudieron otros mucho más
fuertes. Grité mientras intentaba aspirar aire y emerger de golpe del estanque oscuro.
— ¡Bella! —gritó el ángel.
—Ha perdido algo de sangre, pero la herida no es muy profunda —explicaba una voz
tranquila—. Echa una ojeada a su pierna, está rota.
El ángel reprimió en los labios un aullido de ira.
Sentí una punzada aguda en el costado. Aquel lugar no era el cielo, más bien no. Había
demasiado dolor aquí para que lo fuera.
—Y me temo que también lo estén algunas costillas —continuó la voz serena de forma
metódica.
Aquellos dolores agudos iban remitiendo. Sin embargo, apareció uno nuevo, una
quemazón en la mano que anulaba a todos los demás.
Alguien me estaba quemando.
—Edward —intenté decirle, pero mi voz sonaba pastosa y débil. Ni yo era capaz de
entenderme.
—Bella, te vas a poner bien. ¿Puedes oírme, Bella? Te amo.
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