Page 232 - Crepusculo 1
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El  dolor  empeoró.  Aullé  y  me  debatí  entre  las  manos  heladas  que  me  sujetaban.  Oí
               hablar a Alice, que intentaba calmarme. Algo pesado me inmovilizó la pierna contra el suelo y
               Carlisle me sujetó la cabeza en el torno de sus brazos de piedra.
                     Entonces, despacio, dejé de retorcerme conforme la mano se me entumecía más y más.
               El fuego se había convertido en un rescoldo mortecino que se concentraba en un punto más
               pequeño.
                     Y mientras el dolor desaparecía, sentí cómo perdía la conciencia, deslizándome hacia
               alguna  parte.  Me  aterraba  volver  a  aquellas  aguas  negras  y  perderme  de  nuevo  en  la
               oscuridad.
                     —Edward —intenté decir, pero  no conseguí  escuchar mi propia voz, aunque ellos  sí
               parecieron oírme.
                     —Está aquí a tu lado, Bella.
                     —Quédate, Edward, quédate conmigo...
                     —Aquí estoy.
                     Parecía  agotado, pero triunfante. Suspiré satisfecha. El  fuego se había apagado  y los
               otros dolores se habían mitigado mientras el sopor se extendía por todo mi cuerpo.
                     — ¿Has extraído toda la ponzoña? —preguntó Carlisle desde un lugar muy, muy lejano.
                     —La sangre  está limpia  —dijo Edward con serenidad—. Puedo sentir  el  sabor de la
               morfina.
                     — ¿Bella? —me llamó Carlisle.
                     Hice un esfuerzo por contestarle.
                     — ¿Mmm?
                     — ¿Ya no notas la quemazón?
                     —No —suspiré—. Gracias, Edward.
                     —Te quiero —contestó él.
                     —Lo sé —inspiré aire, me sentía tan cansada...
                     Y  entonces  escuché  mi  sonido  favorito  sobre  cualquier  otro  en  el  mundo:  la  risa
               tranquila de Edward, temblando de alivio.
                     — ¿Bella? —me preguntó Carlisle de nuevo. Fruncí el entrecejo, quería dormir.
                     — ¿Qué?
                     — ¿Dónde está tu madre?
                     —En Florida —suspiré de nuevo—. Me engañó, Edward. Vio nuestros vídeos.
                     La indignación de mi voz sonaba lastimosamente débil...
                     Pero eso me lo recordó.
                     —Alice  —intenté  abrir  los  ojos—.  Alice,  el  vídeo...  Él  te  conocía,  conocía  tu
               procedencia —quería decírselo todo de una vez, pero mi voz se iba debilitando. Me sobrepuse
               a la bruma de mi mente para añadir—: Huelo gasolina.
                     —Es hora de llevársela —dijo Carlisle.
                     —No, quiero dormir —protesté.
                     —Duérmete, mi vida, yo te llevaré —me tranquilizó Edward.
                     Y entonces me tomó en sus brazos, acunada contra su pecho, y floté, sin dolor ya.
                     Las últimas palabras que oí fueron:
                     —Duérmete ya, Bella.











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