Page 236 - Crepusculo 1
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—  ¡Te  asustan  las  agujas!  —murmuró  Edward  para  sí  en  voz  baja  y  moviendo  la
               cabeza—. ¿Un vampiro sádico que pretende torturarla hasta la muerte? Claro, sin problemas,
               ella se escapa para reunirse con él. Pero una vía intravenosa es otra cosa...
                     Puse los ojos en blanco. Me alegraba saber que al menos su reacción estaba libre de
               dolor. Decidí cambiar de tema.
                     — ¿Por qué estás aquí?
                     Me miró fijamente; confundido al principio y herido después. Frunció el entrecejo hasta
               el punto de que las cejas casi se tocaron.
                     — ¿Quieres que me vaya?
                     — ¡No! —Protesté de inmediato, aterrada sólo de pensarlo—. No, lo que quería decir es
               ¿por qué cree mi madre que estás aquí? Necesito tener preparada mi historia antes de que ella
               vuelva.
                     —Ah —las arrugas desaparecieron de su frente—. He venido a Phoenix para hacerte
               entrar en razón y convencerte de que vuelvas a Forks ——abrió los ojos con tal seriedad y
               sinceridad que hasta yo misma estuve a punto de creérmelo—. Aceptaste verme y acudiste en
               coche hasta el hotel en el que me alojaba con Carlisle y Alice. Yo estaba bajo la supervisión
               paterna, por supuesto —agregó en un despliegue de virtuosismo—, pero te tropezaste cuando
               ibas de camino a mi habitación y bueno, ya sabes el resto. No necesitas acordarte de ningún
               detalle, aunque dispones de una magnífica excusa para poder liar un poco los aspectos más
               concretos.
                     Lo pensé durante unos instantes.
                     —Esa historia tiene algunos flecos, como la rotura de los cristales...
                     —En  realidad,  no.  Alice  se  ha  divertido  un  poco  preparando  pruebas.  Se  ha  puesto
               mucho cuidado en que todo parezca convincente. Probablemente, podrías demandar al hotel si
               así  lo  quisieras.  No  tienes  de  qué  preocuparte  —me  prometió  mientras  me  acariciaba  la
               mejilla con el más leve de los roces—. Tu único trabajo es curarte.
                     No  estaba  tan  atontada  por  el  dolor  ni  la  medicación  como  para  no  reaccionar  a  su
               caricia.  El  indicador  del  holter  al  que  estaba  conectada  comenzó  a  moverse
               incontroladamente. Ahora, él no era el único en oír el errático latido de mi corazón.
                     —Esto va a resultar embarazoso —musité para mí.
                     Rió entre dientes y me estudió con la mirada antes de decir:
                     —Humm... Me pregunto si...
                     Se inclinó lentamente. El pitido se aceleró de forma salvaje antes de que sus labios me
               rozaran, pero cuando lo hicieron con una dulce presión, se detuvo del todo.
                     Torció el gesto.
                     —Parece que debo tener contigo aún más cuidado que de costumbre...
                     —Todavía no había terminado de besarte —me quejé—. No me obligues a ir a por ti.
                     Esbozó  una  amplia  sonrisa  y  se  inclinó  para  besarme  suavemente  en  los  labios.  El
               monitor enloqueció.
                     Pero en ese momento, los labios se tensaron y se apartó.
                     —Me ha parecido oír a tu madre ——comentó, sonriendo de nuevo.
                     —No te vayas —chillé.
                     Sentí  una  oleada  irracional  de  pánico.  No  podía  dejarle  marchar...  Podría  volver  a
               desaparecer. Edward leyó el terror de mis ojos en un instante y me prometió solemnemente:
                     —No lo haré —entonces, sonrió—. Me voy a echar una siesta.
                     Se desplazó desde la dura silla de plástico situada cerca de mí hasta el sillón reclinable
               de cuero de imitación color turquesa que había al pie de mi cama. Se tumbó de espaldas y
               cerró los ojos. Se quedó totalmente quieto.
                     —Que no se te olvide respirar —susurré con sarcasmo.
                     Suspiró profundamente, pero no abrió los ojos.




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