Page 231 - Crepusculo 1
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—Edward —lo intenté de nuevo, parecía que se me iba aclarando la voz.
—Sí, estoy aquí.
—Me duele —me quejé.
—Lo sé, Bella, lo sé —entonces, a lo lejos, le escuché preguntar angustiado—. ¿No
puedes hacer nada?
—Mi maletín, por favor... No respires, Alice, eso te ayudará —aseguró Carlisle.
— ¿Alice? —gemí.
—Está aquí, fue ella la que supo dónde podíamos encontrarte.
—Me duele la mano —intenté decirle.
—Lo sé, Bella, Carlisle te administrará algo que te calme el dolor.
— ¡Me arde la mano! —conseguí gritar, saliendo al fin de la oscuridad y pestañeando
sin cesar.
No podía verle la cara porque una cálida oscuridad me empañaba los ojos. ¿Por qué no
veían el fuego y lo apagaban?
La voz de Edward sonó asustada.
— ¿Bella?
— ¡Fuego! ¡Que alguien apague el fuego! —grité mientras sentía cómo me quemaba.
— ¡Carlisle! ¡La mano!
—La ha mordido.
La voz de Carlisle había perdido la calma, estaba horrorizado. Oí cómo Edward se
quedaba sin respiración, del espanto.
—Edward, tienes que hacerlo —dijo Alice, cerca de mi cabeza; sus dedos fríos me
limpiaron las lágrimas.
— ¡No! —rugió él.
—Alice —gemí.
—Hay otra posibilidad —intervino Carlisle.
— ¿Cuál? —suplicó Edward.
—Intenta succionar la ponzoña, la herida es bastante limpia.
Mientras Carlisle hablaba podía sentir cómo aumentaba la presión en mi cabeza, y algo
pinchaba y tiraba de la piel. El dolor que esto me provocaba desaparecía ante la quemazón de
la mano.
— ¿Funcionará? —Alice parecía tensa.
—No lo sé —reconoció Carlisle—, pero hay que darse prisa.
—Carlisle, yo... —Edward vaciló—. No sé si voy a ser capaz de hacerlo.
La angustia había aparecido de nuevo en la voz del ángel.
—Sea lo que sea, es tu decisión, Edward. No puedo ayudarte. Debemos cortar la
hemorragia si vas a sacarle sangre de la mano.
Me retorcí prisionera de esta ardiente tortura, y el movimiento hizo que el dolor de la
pierna llameara de forma escalofriante.
— ¡Edward! —grité y me di cuenta de que había cerrado los ojos de nuevo. Los abrí,
desesperada por volver a ver su rostro y allí estaba. Por fin pude ver su cara perfecta,
mirándome fijamente, crispada en una máscara de indecisión y pena.
—Alice, encuentra algo para que le entablille la pierna —Carlisle seguía inclinado sobre
mí, haciendo algo en mi cabeza—. Edward, has de hacerlo ya o será demasiado tarde.
El rostro de Edward se veía demacrado. Le miré a los ojos y al fin la duda se vio
sustituida por una determinación inquebrantable. Apretó las mandíbulas y sentí sus dedos
fuertes y frescos en mi mano ardiente, colocándola con cuidado. Entonces inclinó la cabeza
sobre ella y sus labios fríos presionaron contra mi piel.
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