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puzzle. Apenas era consciente del sonido de mi corazón al acelerarse, aunque sí lo fui del
               dolor agudo que me producían mis maltrechas costillas cuando comencé a hiperventilar.
                     Edward no dijo nada. Contempló mi rostro con recelo cuando un dolor que no tenía
               nada que ver con mis huesos rotos, uno infinitamente peor, amenazaba con aplastarme.
                     Otra enfermera entró muy decidida en ese momento. Edward se sentó, inmóvil como
               una estatua, mientras ella evaluaba mi expresión con ojo clínico antes de volverse hacia las
               pantallas de los indicadores.
                     —  ¿No  necesitas  más  calmantes,  cariño?  —preguntó  con  amabilidad  mientras  daba
               pequeños golpecitos para comprobar el gotero del suero.
                     —No, no —mascullé, intentando ahogar la agonía de mi voz—. No necesito nada.
                     No me podía permitir cerrar los ojos en ese momento.
                     —No hace falta que te hagas la valiente, cielo. Es mejor que no te estreses. Necesitas
               descansar —ella esperó, pero me limité a negar con la cabeza—. De acuerdo. Pulsa el botón
               de llamada cuando estés lista.
                     Dirigió a Edward una severa mirada y echó otra ojeada ansiosa a los aparatos médicos
               antes de salir.
                     Edward puso sus frías manos sobre mi rostro. Le miré con ojos encendidos.
                     —Shhh... Bella, cálmate.
                     —No me dejes —imploré con la voz quebrada.
                     —No lo haré —me prometió—. Ahora, relájate antes de que llame a la enfermera para
               que te sede.
                     Pero mi corazón no se serenó.
                     —Bella —me acarició el rostro con ansiedad—. No pienso irme a ningún sitio. Estaré
               aquí tanto tiempo como me necesites.
                     — ¿Juras que no me vas a dejar? —susurré.
                     Intenté controlar al menos el jadeo. Tenía un dolor punzante en las costillas. Edward
               puso sus manos sobre el lado opuesto de mi cara y acercó su rostro al mío. Me contempló con
               ojos serios.
                     —Lo juro.
                     El olor de su aliento me alivió. Parecía atenuar el dolor de mi respiración. Continuó
               sosteniendo  mi  mirada  mientras  mi  cuerpo  se  relajaba  lentamente  y  el  pitido  recuperó  su
               cadencia normal. Hoy, sus ojos eran oscuros, más cercanos al negro que al dorado.
                     — ¿Mejor? —me preguntó.
                     —Sí —dije cautelosa.
                     Sacudió la cabeza y murmuró algo ininteligible. Creí entender las palabras  «reacción
               exagerada».
                     —  ¿Por  qué  has  dicho  eso?  —Susurré  mientras  intentaba  evitar  que  me  temblara  la
               voz—. ¿Te has cansado de tener que salvarme todo el tiempo? ¿Quieres que me aleje de ti?
                     —No, no quiero estar sin ti, Bella, por supuesto que no. Sé racional. Y tampoco tengo
               problema alguno en salvarte de no ser por el hecho de que soy yo quien te pone en peligro...,
               soy yo la razón por la que estás aquí.
                     —Sí, tú eres la razón —torcí el gesto—. La razón por la que estoy aquí... viva.
                     —Apenas —dijo con un hilo de voz—. Cubierta de vendas y escayola, y casi incapaz de
               moverte.
                     —No  me  refería  a  la  última  vez  en  que  he  estado  a  punto  de  morir  —repuse  con
               creciente irritación—. Estaba pensando en las otras, puedes elegir cuál. Estaría criando malvas
               en el cementerio de Forks de no ser por ti.
                     Su rostro se crispó de dolor al oír mis palabras y la angustia no abandonó su mirada.
                     —Sin embargo, ésa no es la peor parte —continuó susurrando. Se comportó como si yo
               no hubiera hablado—. Ni verte ahí, en el suelo, desmadejada y rota —dijo con voz ahogada—




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