Page 245 - Crepusculo 1
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EPILOGO

                                                Una ocasión especial


                     Edward me ayudó a entrar en su coche. Prestó especial atención a las tiras de seda que
               adornaban  mí  vestido  de  gasa,  las  flores  que  él  me  acababa  de  poner  en  los  rizos,
               cuidadosamente peinados, y la escayola, de tan difícil manejo. Ignoró la mueca de enfado de
               mis labios.
                     Se sentó en el asiento del conductor después de que me hubo instalado y recorrió el
               largo y estrecho camino de salida.
                     — ¿Cuándo tienes pensado decirme de qué va todo esto? —refunfuñé quejosa; odio las
               sorpresas de todo corazón, y él lo sabía.
                     —Me sorprende que aún no lo hayas adivinado —me lanzó una sonrisa burlona, y el
               aliento se me atascó en la garganta. ¿Es que nunca me iba a acostumbrar a un ser tan perfecto?
                     —Ya te he dicho lo guapo que estás, ¿no? —me aseguré.
                     —Sí.
                     Volvió a sonreír. Hasta ese instante, jamás le había visto vestido de negro, y el contraste
               con la piel pálida convertía su belleza en algo totalmente irreal. No había mucho que pudiera
               ocultar, me ponía nerviosa incluso el hecho de que llevara un traje de etiqueta...
                     ... Aunque no tanto como mi propio vestido, o los zapatos. En realidad, un solo zapato,
               porque aún tenía escayolado y protegido el otro pie. Sin duda, el tacón fino, sujeto al pie sólo
               por unos lazos de satén, no iba a ayudarme mucho cuando intentara cojear por ahí.
                     —No voy a volver más a tu casa si Alice y Esme siguen tratándome como a una Barbie,
               como a una cobaya cada vez que venga —rezongué.
                     Estaba segura de que no podía salir nada bueno de nuestras indumentarias formales. A
               menos que..., pero me asustaba expresar en palabras mis suposiciones, incluso pensarlas.
                     Me distrajo entonces el timbre de un teléfono. Edward sacó el móvil del bolsillo interior
               de la chaqueta y rápidamente miró el número de la llamada entrante antes de contestar.
                     —Hola, Charlie —contestó con prevención.
                     — ¿Charlie? —pregunté con pánico.
                     La experiencia vivida hacía ahora ya más de dos meses había tenido sus consecuencias.
               Una de ellas era que me había vuelto hipersensible en mi relación con la gente que amaba.
               Había intercambiado los roles naturales de madre e hija con Renée, al menos en lo que se
               refería  a  mantener  contacto  con  ella.  Si  no  podía  hacerlo  a  diario  a  través  del  correo
               electrónico y, aunque sabía que era innecesario pues ahora era muy feliz en Jacksonville, no
               descansaba hasta llamarla y hablar con ella.
                     Y todos los días, cuando Charlie se iba a trabajar, le decía adiós con más ansiedad de la
               necesaria.
                     Sin embargo, la cautela de la voz de Edward era harina de otro costal. Charlie se había
               puesto  algo  difícil  desde  que  regresé  a  Forks.  Mi  padre  había  adoptado  dos  posturas  muy
               definidas  respecto  a  mi  mala  experiencia.  En  lo  que  se  refería  a  Carlisle,  sentía  un
               agradecimiento que rayaba en la adoración. Por otro lado, se obstinaba en responsabilizar a
               Edward como principal culpable porque yo no me hubiera ido de casa de no ser por él. Y
               Edward estaba lejos de contradecirle. Durante los siguientes días fueran apareciendo reglas
               antes inexistentes, como toques de queda... y horarios de visita.




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