Page 243 - Crepusculo 1
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—Alice no se atrevería.
                     Parecía tan aterrador que durante un momento no pude evitar creerlo. No concebía que
               alguien fuera tan valiente como para cruzarse en su camino.
                     —Alice ya lo ha visto, ¿verdad? —aventuré—. Por eso te perturban las cosas que te
               dice. Sabe que algún día voy a ser como tú...
                     —Ella también se equivoca. Te vio muerta, pero eso tampoco ha sucedido.
                     —Jamás me verás apostar contra Alice.
                     Estuvimos mirándonos largo tiempo, sin más ruido que el zumbido de las máquinas, el
               pitido, el goteo, el tictac del gran reloj de la pared... Al final, la expresión de su rostro se
               suavizó.
                     —Bueno —le pregunté—, ¿dónde nos deja eso?
                     Edward se rió forzadamente entre dientes.
                     —Creo que se llama punto muerto.
                     Suspiré.
                     — ¡Ay! —musité.
                     — ¿Cómo te encuentras? —preguntó con un ojo puesto en el botón de llamada.
                     —Estoy bien —mentí.
                     —No te creo —repuso amablemente.
                     —No me voy a dormir de nuevo.
                     —Necesitas descansar. Tanto debate no es bueno para ti.
                     —Así que te rindes —insinué.
                     —Buen intento.
                     Alargó la mano hacia el botón.
                     — ¡No!
                     Me ignoró.
                     — ¿Sí? —graznó el altavoz de la pared.
                     —Creo  que  es  el  momento  adecuado  para  más  sedantes  —dijo  con  calma,  haciendo
               caso omiso de mi expresión furibunda.
                     —Enviaré a la enfermera —fue la inexpresiva contestación.
                     —No me los voy a tomar —prometí.
                     Buscó con la mirada las bolsas de los goteros que colgaban junto a mi cama.
                     —No creo que te vayan a pedir que te tragues nada.
                     Comenzó  a  subir  mi  ritmo  cardiaco.  Edward  leyó  el  pánico  en  mis  ojos  y  suspiró
               frustrado.
                     —Bella, tienes dolores y necesitas relajarte para curarte. ¿Por qué lo pones tan difícil?
               Ya no te van a poner más agujas.
                     —No temo a las agujas —mascullé—, tengo miedo a cerrar los ojos.
                     Entonces, él esbozó esa sonrisa picara suya y tomó mi rostro entre sus manos.
                     —Te dije que no iba a irme a ninguna parte. No temas, estaré aquí mientras eso te haga
               feliz.
                     Le devolví la sonrisa e ignoré el dolor de mis mejillas.
                     —Entonces, es para siempre, ya lo sabes.
                     —Vamos, déjalo ya. Sólo es un enamoramiento de adolescente.
                     Sacudí la cabeza con incredulidad y me mareé al hacerlo.
                     —Me sorprendió que Renée se lo tragara. Sé que tú me conoces mejor.
                     —Eso es lo hermoso de ser humano —me dijo—. Las cosas cambian.
                     Se me cerraron los ojos.
                     —No te olvides de respirar —le recordé.
                     Seguía riéndose cuando la enfermera entró blandiendo una jeringuilla.






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