Page 242 - Crepusculo 1
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— ¿Por qué no? —tenía la voz ronca y las palabras no salían con el volumen que yo
pretendía—. ¡No me digas que es demasiado duro! Después de hoy, supongo que en unos
días... Da igual, después, eso no sería nada.
Me miró fijamente y preguntó con sarcasmo:
— ¿Y el dolor?
Palidecí. No lo pude evitar. Pero procuré evitar que la expresión de mi rostro mostrara
con qué nitidez recordaba la sensación el fuego en mis venas.
—Ése es mi problema —dije—, podré soportarlo.
—Es posible llevar la valentía hasta el punto de que se convierta en locura.
—Eso no es ningún problema. Tres días. ¡Qué horror!
Edward hizo una mueca cuando mis palabras le recordaron que estaba más informada
de lo que era su deseo. Le miré conteniendo el enfado, contemplando cómo sus ojos adquirían
un brillo más calculador.
— ¿Y qué pasa con Charlie y Renée? —inquirió lacónicamente.
Los minutos transcurrieron en silencio mientras me devanaba los sesos para responder a
su pregunta. Abrí la boca sin que saliera sonido alguno. La cerré de nuevo. Esperó con
expresión triunfante, ya que sabía que yo no tenía ninguna respuesta sincera.
—Mira, eso tampoco importa —musité al fin; siempre que mentía mi voz era tan poco
convincente como en este momento—. Renée ha efectuado las elecciones que le convenían...
Querría que yo hiciera lo mismo. Charlie es de goma, se recuperará, está acostumbrado a ir a
su aire. No puedo cuidar de ellos para siempre, tengo que vivir mi propia vida.
—Exactamente —me atajó con brusquedad—, y no seré yo quien le ponga fin.
—Si esperas a que esté en mi lecho de muerte, ¡tengo noticias para ti! ¡Ya estoy en él!
—Te vas a recuperar —me recordó.
Respiré hondo para calmarme, ignorando el espasmo de dolor que se desató. Nos
miramos de hito en hito. En su rostro no había el menor atisbo de compromiso.
—No —dije lentamente—. No es así.
Su frente se pobló de arrugas.
—Por supuesto que sí. Tal vez te queden un par de cicatrices, pero...
—Te equivocas —insistí—. Voy a morir.
—De verdad, Bella. Vas a salir de aquí en cuestión de días —ahora estaba
preocupado—. Dos semanas a lo sumo.
Le miré.
—Puede que no muera ahora, pero algún día moriré. Estoy más cerca de ello a cada
minuto que pasa. Y voy a envejecer.
Frunció el ceño cuando comprendió mis palabras al tiempo que cerraba los ojos y
presionaba sus sienes con los dedos.
—Se supone que la vida es así, que así es como debería ser, como hubiera sido de no
existir yo, y yo no debería existir.
Resoplé y él abrió los ojos sorprendido.
—Eso es una estupidez. Es como si alguien a quien le ha tocado la lotería dice antes de
recoger el dinero: «Mira, dejemos las cosas como están. Es mejor así», y no lo cobra.
—Difícilmente se me puede considerar un premio de lotería.
—Cierto. Eres mucho mejor.
Puso los ojos en blanco y esbozó una sonrisa forzada.
—Bella, no vamos a discutir más este tema. Me niego a condenarte a una noche eterna.
Fin del asunto.
—Me conoces muy poco si te crees que esto se ha acabado —le avise—. No eres el
único vampiro al que conozco.
El color de sus ojos se oscureció de nuevo.
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