Page 244 - Crepusculo 1
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—Perdón  —dijo  bruscamente  a  Edward,  que  se  levantó  y  cruzó  la  habitación  hasta
               llegar al extremo opuesto, donde se apoyó contra la pared.
                     Se cruzó de brazos y esperó. Mantuve los ojos fijos en él, aún con aprensión. Sostuvo
               mi mirada con calma.
                     —Ya está, cielo —dijo la enfermera con una sonrisa mientras inyectaba las medicinas
               en la bolsa del gotero—. Ahora te vas a sentir mejor.
                     —Gracias —murmuré sin entusiasmo.
                     Las medicinas actuaron enseguida. Noté cómo la somnolencia corría por mis venas casi
               de inmediato.
                     —Esto debería conseguirlo —contestó ella mientras se me cerraban los párpados.
                     Luego, debió de marcharse de la habitación, ya que algo frío y liso me acarició el rostro.
                     —Quédate —dije con dificultad.
                     —Lo haré —prometió. Su voz sonaba tan hermosa como una canción de cuna— Como
               te dije, me quedaré mientras eso te haga feliz, todo el tiempo que eso sea lo mejor para ti.
                     Intenté negar con la cabeza, pero me pesaba demasiado.
                     —No es lo mismo —mascullé.
                     Se echó a reír.
                     —No te preocupes de eso ahora, Bella. Podremos discutir cuando despiertes.
                     Creo que sonreí.
                     —Vale.
                     Sentí sus labios en mi oído cuando susurró:
                     —Te quiero.
                     —Yo, también.
                     —Lo sé —se rió en voz baja.
                     Ladeé levemente la cabeza en busca de... adivinó lo que perseguía y sus labios rozaron
               los míos con suavidad.
                     —Gracias —suspiré.
                     —Siempre que quieras.
                     En  realidad,  estaba  perdiendo  la  consciencia  por  mucho  que  luchara,  cada  vez  más
               débilmente, contra el sopor. Sólo había una cosa que deseaba decirle.
                     — ¿Edward? —tuve que esforzarme para pronunciar su nombre con claridad.
                     — ¿Sí?
                     —Voy a apostar a favor de Alice.
                     Y entonces, la noche se me echó encima.





















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