Page 26 - El Alquimista
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muchacho colocó de nuevo las piedras dentro del zurrón y decidió hacer la
prueba. El viejo le había dicho que formulara preguntas claras, porque las
piedras sólo servían para quien sabe lo que quiere.
El muchacho preguntó entonces si la bendición del viejo continuaba aún
con él.
Sacó una de las piedras. Era «sí».
—¿Voy a encontrar mi tesoro?
Metió la mano en el saco para coger una piedra cuando ambas se
escurrieron por un agujero en la tela. El muchacho nunca se había dado cuenta
de que su zurrón estuviera roto. Se inclinó para recoger a Urim y Tumim y
colocarlas otra vez dentro. Al verlas en el suelo, sin embargo, otra frase surgió
en su cabeza.
«Aprende a respetar y a seguir las señales» le había dicho el viejo rey.
Una señal. El chico se rio para sus adentros. Después recogió las dos
piedras del suelo y las volvió a colocar en el zurrón. No pensaba coser el
agujero: las piedras podrían escaparse por allí siempre que quisieran. Había
entendido que no se deben preguntar ciertas cosas para no huir del propio
destino. «Prometí tomar mis propias decisiones», se dijo.
Pero las piedras le habían dicho que el viejo seguía con él, y eso le dio más
confianza. Miró nuevamente el mercado vacío y ya no sintió la desesperación
de antes. No era un mundo extraño; era un mundo nuevo.
Y, al fin y al cabo, todo lo que él quería era exactamente eso: conocer
mundos nuevos. Incluso aunque jamás llegase hasta las Pirámides él ya había
ido mucho más lejos que cualquier pastor que conociese. «¡Ah, si ellos
supieran que apenas a dos horas de barco existen tantas cosas diferentes!»
El mundo nuevo aparecía frente a él bajo la forma de un mercado vacío,
pero él ya había visto aquel mercado lleno de vida y nunca más lo olvidaría.
Se acordó de la espada: le costó muy caro contemplarla durante unos instantes,
pero tampoco había visto nada igual en su vida.
Sintió de repente que él podía contemplar el mundo como una pobre
víctima de un ladrón o como un aventurero en busca de un tesoro.
«Soy un aventurero en busca de un tesoro», pensó, antes de que un
inmenso cansancio le hiciese caer dormido.
Lo despertó un hombre que le estaba tocando con el codo. Se había
dormido en medio del mercado y la vida de aquella plaza estaba a punto de
recomenzar.
Miró a su alrededor, buscando a sus ovejas, y se dio cuenta de que estaba