Page 27 - El Alquimista
P. 27
en otro mundo. En vez de sentirse triste, se sintió feliz. Ya no tenía que seguir
buscando agua y comida; ahora podía seguir en busca de un tesoro. No tenía
un céntimo en el bolsillo, pero tenía fe en la vida. La noche anterior había
escogido ser un aventurero, igual que los personajes de los libros que solía
leer.
Comenzó a deambular sin prisa por la plaza. Los comerciantes levantaban
sus paradas; ayudó a un pastelero a montar la suya. Había una sonrisa
diferente en el rostro de aquel pastelero: estaba alegre, despierto ante la vida,
listo para empezar un buen día de trabajo. Era una sonrisa que le recordaba
algo al viejo, aquel viejo y misterioso rey que había conocido.
«Este pastelero no hace dulces porque quiera viajar, o porque se quiera
casar con la hija de un comerciante. Este pastelero hace dulces porque le gusta
hacerlos», pensó el muchacho, y notó que podía hacer lo mismo que el viejo:
saber si una persona está próxima o distante de su Leyenda Personal sólo con
mirarla. «Es fácil, yo nunca me había dado cuenta de esto.»
Cuando acabaron de montar el tenderete, el pastelero le ofreció el primer
dulce que había hecho. El muchacho se lo comió, le dio las gracias y siguió su
camino. Cuando ya se había alejado un poco se acordó de que se había
montado el puesto entre una persona que hablaba árabe y la otra, español. Y se
habían entendido perfectamente.
«Existe un lenguaje que va más allá de las palabras —pensó el muchacho
—. Ya lo experimenté con mis ovejas, y ahora lo practico con los hombres.»
Estaba aprendiendo varias cosas nuevas. Cosas que él ya había
experimentado y que, sin embargo, eran nuevas porque habían pasado por él
sin notarlas. Y no las había notado porque estaba acostumbrado a ellas. «Si
aprendo a descifrar este lenguaje sin palabras, conseguiré descifrar el mundo.»
«Todo es una sola cosa», había dicho el viejo.
Decidió caminar sin prisas y sin ansiedad por las callejuelas de Tánger;
sólo así conseguiría percibir las señales. Exigía mucha paciencia, pero ésta es
la primera virtud que un pastor aprende.
Nuevamente se dio cuenta de que estaba aplicando a aquel mundo extraño
las mismas lecciones que le habían enseñado sus ovejas.
«Todo es una sola cosa», había dicho el viejo.
El Mercader de Cristales vio nacer el día y sintió la misma angustia que
experimentaba todas las mañanas. Llevaba casi treinta años en aquel mismo
lugar, una tienda en lo alto de una ladera, donde raramente pasaba un
comprador. Ahora era tarde para cambiar las cosas: lo único que sabía hacer en
la vida era comprar y vender cristal. Hubo un tiempo en que mucha gente