Page 67 - El Alquimista
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encogieron  por  el  esfuerzo  y  la  tensión.  El  brazo  parecía  luchar  con  lo  que
               había allí adentro. De repente, el Alquimista retiró el brazo y se puso de pie de
               un salto. El muchacho se asustó. El Alquimista sostenía una serpiente cogida
               por la cola.

                   El muchacho también dio un salto, sólo que hacia atrás. La serpiente se
               debatía  sin  cesar,  emitiendo  ruidos  y  silbidos  que  herían  el  silencio  del
               desierto.  Era  una  naja,  cuyo  veneno  podía  matar  a  un  hombre  en  pocos

               minutos.

                   «Cuidado con el veneno», llegó a pensar el muchacho. Pero el Alquimista
               había metido la mano en el agujero y con toda seguridad la serpiente ya le
               habría mordido. Su rostro, no obstante, estaba tranquilo. «El Alquimista tiene
               doscientos años», había dicho el Inglés. Ya debía de saber cómo tratar a las
               serpientes del desierto.


                   El muchacho vio cómo su compañero iba hasta su caballo y cogía la larga
               espada en forma de media luna. Trazó un círculo en el suelo con ella y colocó
               a la serpiente en el centro. El animal se tranquilizó inmediatamente.

                   —Puedes estar tranquilo —dijo el Alquimista—. No saldrá de ahí. Y tú ya
               has descubierto la vida en el desierto, la señal que yo necesitaba.

                   —¿Por qué es tan importante esto?

                   —Porque las Pirámides están rodeadas de desierto.

                   El muchacho no quería oír hablar de las Pirámides. Desde la noche anterior

               su  corazón  estaba  pesaroso  y  triste,  porque  seguir  en  busca  de  su  tesoro
               significaba tener que abandonar a Fátima.

                   —Voy  a  guiarte  a  través  del  desierto  —dijo  el  Alquimista.  —Quiero
               quedarme en el oasis —repuso el muchacho—. Ya encontré a Fátima. Y ella,
               para mí, vale más que el tesoro.

                   —Fátima es una mujer del desierto —dijo el Alquimista—. Sabe que los

               hombres deben partir para poder volver. Ella ya encontró su tesoro: tú. Ahora
               espera que tú encuentres lo que buscas.

                   —¿Y si decido quedarme?

                   —Serás el Consejero del Oasis. Tienes oro suficiente como para comprar
               muchas ovejas y muchos camellos. Te casarás con Fátima y viviréis felices el
               primer  año.  Aprenderás  a  amar  el  desierto  y  conocerás  cada  una  de  las
               cincuenta  mil  palmeras.  Verás  cómo  crecen,  mostrando  un  mundo  siempre

               cambiante.  Y  entenderás  cada  vez  más  las  señales,  porque  el  desierto  es  el
               mejor de todos los maestros.

                   »El  segundo  año  te  empezarás  a  acordar  de  que  existe  un  tesoro.  Las
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