Page 62 - El Alquimista
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grande que casi cubrió la luna. Y, ante él, un enorme caballo blanco se alzó
               sobre sus patas y dejó oír un relincho aterrador.

                   El muchacho casi no podía ver lo que pasaba, pero cuando la polvareda se
               asentó  un  poco,  sintió  un  pavor  como  jamás  había  sentido  antes.  Sobre  el
               caballo había un caballero vestido de negro, con un halcón sobre su hombro
               izquierdo. Usaba turbante, y un pañuelo le cubría todo el rostro, dejando ver
               sólo sus ojos. Parecía un mensajero del desierto, pero su presencia era más

               fuerte que la de cualquier persona que hubiera conocido en toda su vida.

                   El  extraño  caballero  alzó  una  enorme  espada  curva  que  traía  sujeta  a  la
               silla. El acero brilló con la luz de la luna.

                   —¿Quién ha osado leer el vuelo de los gavilanes? —preguntó con una voz
               tan fuerte que pareció resonar entre las cincuenta mil palmeras de al-Fayum.

                   —He sido yo —dijo el muchacho. Se acordó inmediatamente de la imagen
               de Santiago Matamoros y de su caballo blanco con los infieles bajo sus patas.

               Era exactamente igual. Sólo que ahora la situación estaba invertida—. He sido
               yo  —repitió  bajando  la  cabeza  para  recibir  el  golpe  de  la  espada—.  Se
               salvarán muchas vidas porque vosotros no contabais con el Alma del Mundo.

                   La  espada,  no  obstante,  no  bajó  de  golpe.  La  mano  del  extraño  fue
               descendiendo lentamente, hasta que la punta de la lámina tocó la cabeza del
               chico. Era tan afilada que salió una gota de sangre.


                   El caballero estaba completamente inmóvil. El muchacho también. Ni por
               un  momento  pensó  en  huir.  Una  extraña  alegría  se  había  apoderado  de  su
               corazón: iba a morir por su Leyenda Personal. Y por Fátima. Finalmente, las
               señales  habían  resultado  verdaderas.  Allí  estaba  el  Enemigo  y  precisamente
               por eso él no necesitaba preocuparse por la muerte, porque había un Alma del
               Mundo.  Dentro  de  poco  él  estaría  formando  parte  de  ella.  Y  mañana  el
               Enemigo, también.


                   El extraño, sin embargo, se limitaba a mantener la espada apoyada en su
               cabeza.

                   —¿Por qué leíste el vuelo de los pájaros?

                   —Leí sólo lo que los pájaros querían contar. Ellos quieren salvar el oasis, y
               vosotros moriréis. El oasis tiene más hombres que vosotros.

                   La espada continuaba en su cabeza.

                   —¿Quién eres tú para cambiar el destino de Alá?


                   —Alá  creó  los  ejércitos,  y  creó  también  los  pájaros.  Alá  me  mostró  el
               lenguaje  de  los  pájaros.  Todo  fue  escrito  por  la  misma  Mano  —dijo  el
               muchacho recordando las palabras del camellero.
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